
Hay
películas que se sienten como una carta escrita al alma,que trascienden su
tiempo y formato no por el tamaño de sus criaturas o la espectacularidad de sus
efectos, sino por la verdad emocional que contienen. Cómo Entrenar a tu Dragón
en 2010 fue una gran película animada y una declaración de principios,
humanidad, de reconciliación con lo diferente y de aprender a mirar más allá
del miedo.
Y
ahora, quince años después del estreno de la trilogía hecha por DreamWorks, esa
carta ha sido reescrita con nostalgia, sensibilidad y el coraje de reinventarse
en carne y hueso ya que el live action de Cómo Entrenar a tu Dragón no intenta
reemplazar al original ni rendirse ante él, más bien, lo contempla con respeto,
lo abraza con cariño, y luego lo deja volar libre como una nueva criatura con
alas propias, distinta pero nacida del mismo fuego que encendió la imaginación
de toda una generación.
Porque
sí, este largometraje vuela no solo por sus dragones que surcan el cielo con
una majestuosidad hipnótica, sino por cómo combina lo épico con lo íntimo, lo
artesanal con lo espectacular y lo fantástico con lo profundamente humano. Cada
escena equilibra la emoción con el asombro y el espectáculo visual con una
calidez narrativa poco común. En una época saturada de adaptaciones apuradas y
remakes sin alma, esta versión destaca como una rareza luminosa al ser una
cinta hecha con sensibilidad, convicción y una dirección artística que respira
verdad en cada plano.

Aunque
mucho sepamos de que va la historia gracias a la trilogía animada, no tiene
nada de al refrescar la memoria para acordarnos de ella, la cinta sigue los pasos
de Hipo Horrendo Abadejo III (Mason Thames), un joven vikingo que vive en una
isla donde la caza de dragones es ley y deber, sin embargo, su vida cambia
radicalmente cuando en lugar de matar a un Furia Nocturna herido, decide
sanarlo, entablar una improbable amistad y juntos, Hipo y Chimuelo abrirán el
camino hacia una nueva forma de convivencia entre humanos y dragones,
enfrentándose a los prejuicios de su pueblo.
Desde
los primeros minutos, la obra nos hacer quedar atrapados por una atmósfera
poderosa que es construida con precisión y cariño porque La isla de Mema, ahora
es un lugar físico con montañas que cortan el cielo, acantilados donde choca el
mar del norte y aldeas vikingas que parecen haber sido realmente habitadas
durante generaciones. El diseño de producción es de una riqueza apabullante con
cabañas talladas en madera, forjas ardientes, artefactos de caza, y murales que
hablan de una cultura en guerra constante con lo desconocido, haciendo que aquí
todo parezca vivido y erosionado por el clima.
Y
ahí, entre esa hostilidad, emerge el corazón de esta leyenda, un joven
demasiado frágil para encajar en su mundo pero lo suficientemente valiente como
para cuestionarlo. Mason Thames quien además de ser nacido para interpretar al
protagonista, entrega un Hipo auténtico, sin sobreactuaciones ni frases de
manual. Su mirada ofrece inseguridad, culpa, esperanza y su evolución se siente
orgánica, impulsada por decisiones reales, aunque lo más notable es su conexión
con Chimuelo, la cual está llena de ternura.

Porque
Chimuelo (esto debe decirse alto y claro) es una maravilla visual y emocional, ósea,
esta recreado con una mezcla impecable de efectos visuales y animación por
computadora que provocan que el se sienta real. Su respiración, movimientos,
gestos curiosos o temerosos están cuidados con una precisión milimétrica y lo
más impactante no es su realismo técnico, sino su expresividad porque través de
sus ojos, sus silencios y su lenguaje corporal, Chimuelo es un personaje con
alma y que conmueve sin necesidad de una sola palabra.
El
resto del elenco está a la altura del reto, Nico Parker como Astrid aunque aquí
no sea rubia, evita el cliché de la guerrera perfecta para construir un
personaje fuerte pero también vulnerable al estar atrapada entre el deber y el
deseo de comprender. Mientras que Gerald Butler retomando el rol de Estoico, le
imprime al padre de Hipo una mezcla de dureza y melancolía que cala hondo,
haciendo que su conflicto interno entre proteger a su pueblo y aceptar la
diferencia de su hijo, se convierta en un pilar emocional y complejo del filme.
Y
dicho lo anterior, es aquí donde entra el guion, el cual no cae en la trampa
fácil del calco literal ya que lejos de replicar cada línea de diálogo de la
versión animada, esta historia encuentra nuevas formas de decir lo mismo pero con
otro tono. Hay más pausa, reflexión, espacio para los silencios incómodos y las
miradas que dicen más que las palabras. El guion entiende que la madurez se
gana con matices y eso lo demuestra ofreciendo una lectura madura y dolorosa
por momentos pero también esperanzadora.
La
fotografía merece un capítulo aparte ya que captura la esencia nórdica con un uso
sublime de la luz natural, aquí gay amaneceres helados que pintan de azul las
montañas, atardeceres dorados que envuelven los vuelos en una calidez casi
mágica y noches de tormenta que parecen arrancadas de un sueño febril. La
cámara no se limita a mostrar porque contempla, respira, dialoga con los
personajes y cuando Hipo y Chimuelo vuelan por primera vez, la sensación es
pura poesía visual.
La
banda sonora sin ser una sobrecarga, retoma algunos tracks de la música original
que cautivo a varios hace 15 años pero reinterpretándola con arreglos más
sutiles y acústicos que generan una experiencia emocional intensa y delicada a
la vez. El montaje fluye con elegancia gracias a que no teme detenerse en una
conversación íntima ni en dejar que una escena se extienda solo para que el
espectador contemple un momento de paz o descubrimiento. A la vez, cuando la
acción irrumpe, lo hace con precisión, ofreciendo batallas tensas brutales y
bellamente coreografiadas.
Y
en medio de todo esto, están los efectos visuales y especiales brillantes pero
con humildad ya que no están al servicio del asombro, sino de la historia
porque cada dragón tiene un diseño cuidado, único y expresivo. El fuego, el
vuelo, la caída, el suspiro, todo tiene peso, textura, presencia, además, los vestuarios
acompañan esa visión con ropas y armaduras que parecen parte de un mundo que
existe más allá del encuadre.
Una
vez pasado por cada uno de esos aspectos, logramos entender que esta película
triunfa con fuerza propia porque no intenta ser una fotocopia ni tampoco un
reinicio forzado de la saga. Sino una obra que ama profundamente la original
pero sin temer alejarse de ella para redescubrir su centro emocional, siendo así
en muchos sentidos una experiencia que ofrece más a quienes crecieron con la
trilogía animada, sin dejar fuera a una nueva generación que apenas descubre
esta leyenda.
En
definitiva, Cómo Entrenar a Tu Dragón (2025) en su versión live action es una
adaptación fiel que se convierte en una prueba de que la magia de una historia
puede migrar de la animación al mundo real sin perder su alma en el proceso,
gracias a que es un rugido que no se apaga con el tiempo, sino que resuena con
nueva fuerza como un eco que atraviesa generaciones. Es una cinta que entiende
que crecer no significa olvidar lo que nos hizo soñar, sino encontrar nuevas
formas de volver a creer y, al final, cuando el cielo se abre y los dragones
vuelan, no queda más que rendirse ante el encanto de una trama que nunca dejará
de emocionarnos.
Calificación: 9/10
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