Amores Materialistas: La romántica y brutal verdad de amar en un mundo que todo lo mide en cifras

En un panorama saturado por comedias románticas que se rigen por las mismas reglas de siempre (conquistas improvisadas, finales felices predecibles y personajes que parecen salidos de una plantilla), Amores Materialistas irrumpe como un acto de rebeldía elegante y cerebral ya que no es solo una historia de amor, sino un manifiesto disfrazado de comedia romántica y una disección precisa sobre cómo las relaciones se negocian en una era donde los sentimientos también tienen precio.

Celine Song, después de haber conquistado a la crítica con Past Lives, da un giro estilístico pero no temático con este filme ya que aquí, vuelve a cuestionar cómo el amor sobrevive en tiempos modernos pero haciéndolo con un enfoque más ácido, irónico e incluso provocador. Nueva York, con toda su opulencia y cinismo, se convierte en el escenario perfecto para hablar de personas que aprenden a sentir desde la lógica del mercado, provocando que en este mundo, amar sea calcular y proyectar.

Amores Materialistas no busca que el espectador se enamore de sus personajes, sino que se enfrente a ellos ya que la cinta se ríe de los clichés del amor idealizado mientras los desmonta con inteligencia precisa, dejándonos con una incómoda pregunta, ¿cuánto de nuestras emociones son realmente nuestras y cuánto las define el contexto que nos obliga a convertir el amor en un bien de consumo?

Así, más que una simple película romántica, se convierte en una exploración incisiva sobre la idea misma del romance en cómo lo diseñamos como mercancía, cómo lo envolvemos en glamour para hacerlo deseable, cómo lo transamos como parte de un capital emocional y estético y cómo muchas veces, lo fingimos para encajar en una narrativa social. En ese proceso de desenmascarar lo artificial, la cinta se gana con mérito su lugar como una de las obras más audaces, lúcidas y necesarias del año.

La historia de la cinta se centra en Lucy (Dakota Johnson), una casamentera sofisticada en Nueva York que convierte el amor en un negocio estructurado con lógica de inversión pero su vida da un giro cuando debe elegir entre Harry (Pedro Pascal), un millonario encantador, aunque emocionalmente inaccesible y John (Chris Evans), su ex novio sin éxito profesional pero con una conexión auténtica. A partir de esta elección, lo que se juega aquí no es solo el corazón, sino el valor que se le da a lo emocional en un mundo gobernado por métricas y apariencias.

Sin duda alguna, el filme funciona como una comedia romántica disfrazada de tratado filosófico sobre el valor del amor en una sociedad donde todo se puede cuantificar porque su protagonista, al ser una mujer que vive del rol de acompañante de hombres ricos, encarna de forma directa la pregunta central de la película, ¿qué es más importante, el amor genuino o la estabilidad que provee el dinero? pero lejos de plantear esta dicotomía de manera simple, la película la aborda con ambigüedad, ironía y una inteligencia emocional que desarma.

La narrativa despliega una disección minuciosa del deseo moderno, ese que se construye no tanto desde lo emocional sino desde lo aspiracional ya que no se trata solo de quién te gusta, sino de con quién "conviene" estar, a quién puedes impresionar y qué imagen vendes al mundo cuando caminas de la mano con alguien. Aquí, el romance se vuelve una transacción y eso no es necesariamente una crítica moralista, es una constatación de cómo funciona nuestra época.

La directora Celine Song logra equilibrar la superficialidad del mundo que retrata mediante el lujo, la exclusividad y el estatus con una sensibilidad que nunca cae en el cinismo gratuito, más bien, pone un espejo frente al espectador y le obliga a preguntarse, ¿cuántas de nuestras decisiones afectivas están condicionadas por el miedo a la precariedad? ¿es menos auténtico un sentimiento si nace dentro de una dinámica desigual?

Además, uno de los mayores logros de la cinta es que no condena ni redime a sus personajes gracias a que los muestra como son, conscientes, contradictorios, estratégicos y en esa honestidad brutal, se convierte en su mayor fortaleza. Amores Materialistas no busca respuestas simples, sino exponer las tensiones entre amor, deseo, poder y dinero con una precisión que pocas películas románticas se atreven a explorar.

Posteriormente, el guion, más que ser una simple estructura para sostener una historia romántica, es un mecanismo de relojería donde cada línea de diálogo, cada pausa incómoda y cada mirada fugaz están diseñadas para decir mucho más de lo que se dice en voz alta, siendo muy bien escrito en donde las cosas que no se dicen como el silencio, la negociación implícita o los microgestos, tiene tanto peso como lo que se verbaliza en la premisa que ofrece.

Luego, la película transcurre en un universo donde el amor es un terreno donde se cruzan aspiraciones, expectativas sociales y capital simbólico, en ese sentido, el panfleto se convierte en un campo de batalla elegante donde los personajes no se gritan, no se rompen dramáticamente, se enfrentan con palabras que son cuchillas recubiertas de terciopelo, provocando que aquí sea el lugar donde reside su belleza y crueldad.

Incluso, cada conversación parece construida para revelar capas de contradicción humana, desde el deseo por la autenticidad enfrentado al miedo de perder el estatus hasta la necesidad de afecto enmascarado por la autosuficiencia económica. Song escribe a sus personajes como si estuvieran atrapados en un bucle de racionalidad capitalista, intentando justificar emocionalmente lo que en realidad es una elección estratégica.

El escrito brilla además por su ritmo, nunca se acelera para complacer al espectador, sino que se toma el tiempo necesario para que la tensión se construya poco a poco, en donde las escenas de pareja no son simples intercambios románticos, sino coreografías cuidadosamente escritas donde cada palabra revela jerarquías, inseguridades y deseos ocultos, haciendo que lo material nunca este del todo desligado de lo sentimental.

Ahora, hablando un poco sobre sus elementos cinematográficos, la dirección es precisa, milimétrica y encuentra belleza en lo cotidiano, por ejemplo, una cena elegante, un paseo por la ciudad, un intercambio de miradas en una sala silenciosa y lo notable de esto es cómo consigue que cada encuadre sea estéticamente impecable y también emocionalmente resonante.

Visualmente es limpia, sobria y llena de capas ya que la iluminación revela con luces tenues y cálidas que contrastan con las superficies brillantes y frías de los lugares neoyorquinos, haciendo del espacio un personaje más que refleja las aspiraciones y contradicciones de sus habitantes, en donde los vestuarios se convierten en una declaración silenciosa de clase y estatus, subrayando el enfoque sobre el amor como transacción estética y social.

Pero lo más impresionante es la manera en que la directora traduce el subtexto del guion en imágenes porque la cámara observa, nunca interrumpe y deja que los silencios se alarguen y los gestos más pequeños adquieran significado, no hay subrayados emocionales innecesarios, al contrario, la fotografía apuesta por la contención, lo cual le otorga al espectador la libertad de interpretar, de leer entre líneas y de sentir sin que le digan exactamente qué sentir.

El resultado es una experiencia íntima, elegante y perfectamente calibrada donde cada decisión estilística refuerza el comentario central de la película, el cual es que en la actualidad, incluso el amor más puro parece filtrado por el lente del capital y la apariencia, provocando que el amor en Amores Materialistas se vea tensionado, condicionado y a veces incluso distorsionado por un sistema que convierte todo en transacción, convirtiendo a la cinta en una crítica social disfrazada de sofisticado romance que deja huella.

En definitiva, Amores Materialistas no es solo una cinta romántica en tiempos modernos, es una lupa colocada sobre el modo en que el amor, el deseo y la ambición se entrelazan con la estructura de clase, la estética y el consumo, siendo una película que desmantela el ideal romántico sin cinismo pero con una honestidad brutal y elegante para convertirse en una obra que seduce por fuera y reflexiona por dentro, volviéndose una sorpresiva joya del año que confirma que a veces lo más superficial, puede esconder lo más humano.


 

 

 

Calificación: 9/10 

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