La Sustancia: Una pesadilla de carne y sangre que despedaza la obsesión por la belleza

La obsesión por la juventud eterna ha sido tema de incontables historias pero La Sustancia no se conforma con un mero relato de terror superficial, ya que esta película dirigida por la cineasta francesa Coralie Fargeat, arranca el glamour a tirones, lo estruja, lo desangra y lo escupe en la cara del espectador con una brutalidad que no se ve todos los días, haciendo que este no sea un simple thriller psicológico, sino una experiencia perturbadora, grotesca y sobre todo, necesaria en un mundo donde la imagen lo es todo.

La premisa se centra en Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una actriz en el ocaso de su carrera que es despedida por un jefe de estudio sexista que como la industria en la que se mueve, ya no la considera "deseable". Sin opciones y consumida por la desesperación encuentra una solución milagrosa, la sustancia, un suero que le permite transformarse en una versión más joven y perfecta de sí misma, aunque con una condición inquebrantable, debe alternar entre su nuevo cuerpo y el viejo cada semana, en donde si rompe las reglas, bueno, las consecuencias serían nefastas.

Este filme no solo duele, te atraviesa porque no hay escapatoria. Desde sus primeros minutos te sumerge en un abismo de desesperación y horror corporal donde la vanidad se convierte en una enfermedad, la fama en una jaula y el cuerpo en un campo de batalla. Lo que empieza como una oscura sátira a los estándares de belleza y el culto a la juventud terminan desbordándose en un frenesí de locura absoluta con un tercer acto que no solo rompe las reglas, las pulveriza sin piedad.

El guion, en su aparente sencillez, es un bisturí afilado que disecciona capa por capa las inseguridades, la obsesión y el sufrimiento que se ocultan tras el culto a la belleza, además, no necesita complicarse con giros innecesarios ni adornos superfluos porque su verdadera fuerza radica en la forma en que construye una tensión implacable y un ritmo hipnótico que atrapa al espectador para arrastrarlo sin tregua hacia un abismo lleno de locura, en donde cada escena es un latido ominoso que acelera el pulso, siendo asi un engranaje perfecto que hace girar la espiral de la desesperación hasta que ya no hay escapatoria.

Fargeat no solo empuja los límites, los pulveriza sin piedad elevando lo que comienza como un thriller psicológico inquietante a una experiencia extrema donde el cuerpo y la identidad son destrozados de la manera más brutalmente literal posible. La historia se descompone ante nuestros ojos, transformándose en una pesadilla grotesca donde la carne se estira, se rompe, se retuerce en un espectáculo tan asqueroso como fascinante, ya que cada elección en su narrativa es un puñal que se clava con precisión y cada momento de calma es solo un respiro antes de la siguiente embestida de horror.

Cuando el tercer acto estalla, lo hace sin restricciones, sin censura y sin miedo a caer en lo exagerado porque ahí radica su esencia, un delirio febril, una sinfonía macabra donde la desesperación es la única certeza y la sangre el último aplauso. Es cine que no pide permiso para incomodar, que se regodea en la brutalidad de su mensaje y que cuando crees que no puede ir más lejos, te arrastra aún más profundo ya que aquí, la perfección es un monstruo que devora todo a su paso.

Luego, si algo hace que La Sustancia sea aún más impactante es su despliegue visual, cada encuadre está cuidadosamente diseñado para contrastar la ilusión del lujo con la degradación más extrema, la fotografía captura el brillo de Hollywood solo para destrozarlo en secuencias de horror que no piden permiso para incomodar, después, el diseño de producción es otro personaje en sí mismo, desde la fría artificialidad de los escenarios hasta la asquerosa transformación de los cuerpos, todo está orquestado para que el espectador sienta cada segundo como un puñetazo.

Además, el montaje es quirúrgico, cortante y diseñado para que cada transición refuerce la sensación de colapso progresivo, mientras que el soundtrack acompaña con precisión, convirtiéndose en un pulso latente que avisa que algo horrible está por ocurrir y vaya que ocurre pero si hay algo que convierte a esta película en una obra verdaderamente inolvidable, es su actuación central. 

Demi Moore no solo regresa a la pantalla grande, regresa con un papel que lo exige todo y ella lo entrega sin reservas, su interpretación de Elisabeth es dolorosa, intensa, cruda, es un despliegue actoral que transita entre la vulnerabilidad y la ferocidad, entre el miedo y la rabia, hasta explotar en un clímax inolvidable, todo esto provoca que su performance sea el mejor de su carrera con la intención de que reciba el reconocimiento que merece.

Sin olvidar a Margaret Qualley en el rol de Sue, en donde es mucho más que una simple contraparte, es la encarnación misma de la obsesión, del deseo y de la condena. Su presencia es un imán perturbador, una fuerza que seduce y aterra a partes iguales, haciendo que cada mirada suya sea un anzuelo y cada movimiento un recordatorio de lo que significa ser un ideal inalcanzable porque no es solo belleza, es el espejismo cruel de la perfección, una entidad etérea y letal que devora todo a su paso.

En definitiva, La Sustancia es un golpe visceral a la industria, a la sociedad y a nuestra obsesión enfermiza por la perfección, es el reflejo distorsionado de un mundo donde la belleza es una condena y la juventud una moneda de cambio que se devalúa con el tiempo, siendo brutal, incómoda, aterradoramente real y una experiencia que no se olvida fácilmente, quizás ese sea su mayor triunfo, no gustar pero si quedarse incrustada en la mente del espectador como una cicatriz imposible de borrar.

Por último y no menos importante, La Sustancia fue nominada en cinco categorías de los premios Oscar por mejor película, mejor director, mejor actriz, mejor guion original y mejor maquillaje y peinado.


 

 

Calificación: 9/10

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