
¿Alguna vez has sentido que el tiempo pasa más rápido a medida que envejecemos? Como si de repente el reloj se hubiera acelerado y sin previo aviso los días se convirtieran en semanas, las semanas en meses y sin darnos cuenta ya estamos al final de otro año. La niñez parecía interminable, cada día estaba lleno de descubrimientos, de pequeños logros que hacían que el tiempo se estirara como un chicle pero ahora con la vida adulta, todo parece haberse condensado y lo peor de todo es que parece que el tiempo no solo pasa rápido, lo hace con una urgencia casi palpable como si supiera que estamos perdiendo la batalla contra su marcha imparable.
Entonces, ¿por qué sentimos que el tiempo vuela más rápido cuando envejecemos?, bueno, no se trata solo de la cantidad de cosas que hacemos ni de los compromisos que asumen nuestras agendas, sino de que hay algo mucho más profundo en nuestra percepción del tiempo. En este artículo vamos a descubrir los secretos detrás de esta sensación de prisa constante, desde los procesos químicos en nuestro cerebro que filtran nuestra experiencia del mundo hasta los pequeños hábitos que sin saberlo, nos roban la capacidad de vivir en el presente.
A lo largo de esta reflexión buscaremos entender por qué con los años las estaciones parecen más cortas, los recuerdos se difuminan y los días se desvanecen antes de lo que pensamos pero no te preocupes, no todo está perdido porque también exploraremos cómo podemos recuperar esa sensación de "espacio", ese respiro que parece haberse evaporado entre la rutina y las responsabilidades, en donde tal vez exista una manera de desacelerar el tiempo, de reconectar con el momento presente y de devolverle un poco de magia a esas horas que parecían tan lejanas en nuestra niñez.
Así que si alguna vez te has sorprendido preguntándote ¿dónde se fue todo este tiempo?, acompáñame en este viaje de descubrimiento y juntos intentaremos encontrar una respuesta a esa pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez. ¿Por qué el tiempo parece correr más rápido a medida que envejecemos?
¿Cómo percibimos el paso del tiempo?
El tiempo en su forma más pura es algo que no podemos tocar ni ver pero nuestro cerebro es un verdadero mago en eso de hacernos sentir su paso. Si alguna vez te has detenido a pensar en cómo el cerebro se encarga de hacer que "el tiempo vuele" o se estire hasta parecer eterno, prepárate para un pequeño viaje a través de las fascinantes capas de la mente humana.
En realidad no existe un "reloj" en el cerebro como tal. El que da ritmo al paso del tiempo es un complejo sistema de señales químicas y eléctricas que se disparan constantemente dentro de nuestra cabeza. Estas señales no solo procesan información como imágenes o sonidos, también miden de alguna forma la duración de los eventos que experimentamos, haciendo que este proceso ocurra en áreas específicas de nuestro cerebro como los ganglios basales y la corteza prefrontal que trabajan como verdaderos relojes internos.
Ahora, imagina que cada vez que vives algo nuevo cada nueva experiencia es como una carga de información que tu cerebro tiene que analizar. Cuando eres niño, todo es nuevo, un nuevo juego, una nueva amistad o el sabor de una fruta que nunca habías probado. Estos momentos generan una carga de trabajo mayor para tu cerebro que se dedica a procesar cada detalle o a guardar cada recuerdo, dando como resultado que el tiempo parece alargarse porque tu cerebro está tan ocupado recopilando información nueva que literalmente, no te da tiempo para sentir que el reloj gira una y otra vez.
Sin embargo, a medida que vamos creciendo y nuestra vida se va llenando de rutina, el cerebro deja de procesar tantas novedades. Los días se parecen entre sí, las experiencias se repiten y nuestro cerebro se vuelve más eficiente, es decir, no necesita poner tanta energía en retener cada pequeño detalle ya que aquí entra lo que los científicos llaman la ley de la habituación, la cual dice que cuanto más familiar se vuelve algo, menos atención le prestamos y en consecuencia, el tiempo parece desvanecerse rápidamente, por ejemplo, lo que antes era una gran aventura ahora es solo otra jornada más en la oficina.
Pero hay una teoría aún más interesante, la famosa Teoría de la proporción. Básicamente esta idea dice que a medida que envejecemos, cada año se convierte en una fracción más pequeña de nuestra vida, si tienes 10 años, un año es el 10% de tu vida, lo que parece una eternidad pero si tienes 50 años, ese mismo año es solo el 2%. En otras palabras, a medida que sumamos más años cada unidad de tiempo parece tener menos impacto emocional, como si de alguna manera la gravedad de la experiencia se diluyera.
Y es que aunque no podamos ver ni detener el paso del tiempo, nuestro cerebro sigue intentando jugar con él porque al final, no es el tiempo el que acelera su marcha, sino nuestra percepción de él, es como un truco de magia, todo depende de cómo decimos al cerebro que observe el reloj.
¿Cómo afecta nuestra percepción del tiempo?
¿Alguna vez has estado tan concentrado en algo que al mirarlo te das cuenta de que el tiempo ha pasado volando? O por el contrario, ¿has estado en una situación incómoda o dolorosa donde el tiempo parece estancarse como si se hubiera detenido por completo? Lo cierto es que nuestra percepción del tiempo está profundamente influenciada por lo que sentimos, lo que pensamos y cómo nos conectamos emocionalmente con los momentos que vivimos, ya que no solo lo medimos en segundos y minutos, también en sensaciones y ahí, las emociones juegan un papel crucial.Cuando somos jóvenes, cada experiencia es nueva y las emociones están al máximo, las primeras veces marcan nuestras vidas, como por ejemplo, el primer amor, el primer día en la escuela o las primeras vacaciones. Todo esto viene acompañado de una intensidad emocional tan grande que esos momentos parecen alargarse. Cada emoción, ya sea felicidad, miedo o emoción se graba profundamente en nuestra memoria, haciendo que el tiempo que vivimos se vuelva más "denso". Es como si nuestro cerebro al estar tan concentrado en el presente hiciera que ese tiempo se expandiera.Pero a medida que envejecemos y nos sumergimos en la rutina, las experiencias dejan de ser tan emocionantes o impactantes ya que la novedad se reduce y lo cotidiano toma las riendas. Es aquí cuando la percepción del tiempo comienza a cambiar, los días se vuelven predecibles, las responsabilidades se acumulan y nuestra capacidad para vivir el presente se ve empañada por las preocupaciones del futuro. La presión del trabajo, las relaciones, los compromisos, todo se entrelaza de manera tan frenética que en lugar de saborear el momento, estamos simplemente esperando a que pase. Y eso, queridos amigos, es un enemigo silencioso del tiempo: la ansiedad y el estrés.La psicología nos dice que nuestra percepción del tiempo está influenciada por el sentimiento de control que tenemos sobre él. Cuando estamos haciendo algo que nos apasiona o sentimos que está alineado con nuestros valores o intereses, el tiempo tiende a desacelerarse. Lo que estamos haciendo se vuelve absorbente y en lugar de estar pendientes del reloj, estamos completamente inmersos en la experiencia, haciendo que los psicólogos lo llamen estado de flujo, el cual consiste que la actividad se vuelve tan placentera que ni siquiera notamos cómo se deslizan las horas.Pero cuando estamos atrapados en la rutina o lidiando con emociones negativas, la percepción del tiempo se distorsiona y el día parece durar una eternidad cuando no estamos conectados con lo que realmente nos importa. El tiempo de alguna manera se vuelve más escaso cuando no tenemos la capacidad de vivir el ahora y lo peor de todo es que no podemos detenerlo, ya que al igual que cuando estamos atrapados en una espiral de ansiedad, el reloj sigue corriendo y nosotros seguimos esperando que algo cambie pero el tiempo sigue siendo el mismo.En este sentido, lo que realmente determina nuestra experiencia del tiempo no es lo que ocurre a nuestro alrededor, sino cómo sentimos esos momentos. Si logramos estar más presentes, si buscamos esos pequeños instantes de conexión emocional con lo que hacemos, es posible que podamos de alguna manera desacelerar ese vertiginoso paso del tiempo y darle más valor a cada día.De la eternidad de la infancia a la velocidad de la adultez Si retrocedemos en el tiempo y pensamos en nuestra infancia parece que todo tenía un ritmo diferente. La mañana de un domingo parecía durar una eternidad y cada día de vacaciones era una nueva aventura llena de expectativas y sorpresas. Recuerdo perfectamente esos días largos y soleados que aunque no estaban plagados de grandes eventos, tenían una magia especial, cada momento contaba y el tiempo parecía estirarse hasta donde uno quisiera, todo era nuevo, emocionante y estaba cargado de un potencial ilimitado.Pero llega un punto en la vida donde esa sensación se desvanece, nos convertimos en adultos atrapados en las responsabilidades, los trabajos y las rutinas que al parecer, nunca terminan. ¿Dónde se fue esa sensación de tiempo infinito? Es como si el reloj hubiera acelerado de repente como si el mismo tiempo que en nuestra niñez parecía un amigo cercano, se hubiera convertido en un enemigo imparable y es que al comparar la infancia con la adultez, podemos ver cómo nuestra percepción del tiempo cambia de forma radical.En la niñez cada nuevo evento es una gran hazaña, tu primer día de clases, aprender a montar una bicicleta, la primera vez que vas al parque sin tus padres, todo tiene un peso emocional tan grande que nuestro cerebro lo almacena con una intensidad que hace que el tiempo se "alargue". En comparación, cuando crecemos esas mismas experiencias se vuelven más pequeñas, rápidas o menos intensas. Es como si el cerebro al habituarse a las cosas dejara de darle la misma importancia a las pequeñas novedades de la vida diaria, ya que en lugar de emocionarnos por un café en la mañana o por un paseo por el parque esas cosas se vuelven parte de la rutina y como ya vimos, acelera la percepción del tiempo.Luego, en la juventud todavía guardamos la capacidad de ver el mundo con ojos frescos pero la vida comienza a llenarse de expectativas, responsabilidades y esa frescura comienza a desaparecer. La adolescencia es un punto de inflexión ya que empezamos a ser conscientes del futuro, de las decisiones que marcarán el resto de nuestras vidas, haciendo que el tiempo deje de ser una aventura para convertirse en una carrera contra el reloj.Lo curioso es que aunque el tiempo de los adultos parezca "volar", es posible recuperar esa sensación de profundidad si nos tomamos el tiempo para redescubrir el mundo que nos rodea. Si dejamos de hacer todo en piloto automático y nos permitimos vivir de nuevo esas pequeñas maravillas cotidianas como si fueran la primera vez, tal vez podamos experimentar el tiempo de una manera más rica y plena pero es un ejercicio que requiere conciencia porque al final no se detiene pero nosotros sí podemos elegir cómo lo vivimos.¿Es posible ralentizar el tiempo? Cuando el tiempo se acelera y nos damos cuenta de que está volando entre nuestros dedos nos surge una pregunta inevitable, ¿podemos hacer algo para detenerlo? La idea de ralentizar el tiempo puede sonar a algo propio de la ciencia ficción pero la realidad es que aunque no podemos manipular el paso del tiempo con un control remoto, sí existen formas de sentir que el tiempo pasa más lento y lo curioso es que no tiene nada que ver con el tiempo en sí, sino con nuestra percepción de él.Uno de los primeros pasos para ralentizar el tiempo está en cambiar nuestra relación con él. ¿Alguna vez has notado cómo los momentos realmente especiales o emocionantes parecen durar más? Un atardecer que te deja sin aliento, una conversación profunda con un amigo o una canción que te transporta a un recuerdo nostálgico, esos momentos tienen la capacidad de "detener" el tiempo porque nuestra atención está completamente absorbida por lo que estamos viviendo. Aquí entra el concepto de plenitud en el presente, ya que cuando estamos completamente presentes sin distracciones ni preocupaciones, el tiempo no tiene la misma rapidez con la que pasa cuando estamos atrapados en la rutina o el estrés.La atención plena es una de las claves que nos permite ralentizar el tiempo aunque en realidad no estemos deteniéndolo. Al practicarla, nos concentramos en el aquí y ahora, en cada detalle de lo que estamos haciendo sin apresurarnos ni dejarnos llevar por la ansiedad del mañana pero de repente, esos minutos en los que estamos en total concentración se sienten más largos y ricos en contenido, como si la calidad de la experiencia reemplazara a la cantidad de tiempo en el reloj.Pero, ¿qué pasa con esos momentos monótonos que parecen dilatarse infinitamente? El trabajo repetitivo, las reuniones interminables, el trayecto largo de casa al trabajo, esos instantes de pura rutina pueden hacer que el tiempo se sienta como un enemigo. Sin embargo, una forma de ralentizar esos momentos es cambiando la perspectiva ya que si conseguimos encontrar un poco de novedad en lo cotidiano, un ángulo diferente o un aspecto nuevo que antes pasaba desapercibido, esa simple variación en la percepción puede hacer que el tiempo se vuelva más interesante y menos fugaz.Otra técnica para experimentar un ralentizamiento del tiempo tiene que ver con la velocidad con la que vivimos nuestras vidas, por ejemplo, si pasamos de una tarea a otra rápidamente sin tomarnos un momento para disfrutar de lo que estamos haciendo, el tiempo se nos escapa pero si aprendemos a disfrutar de cada paso y apreciar los pequeños detalles de cada actividad, podemos darle al menos más espacio al tiempo en nuestra mente.En resumen, aunque no podemos detener el tiempo ni manipularlo como desearíamos sí podemos elegir cómo vivirlo, si somos conscientes de cómo lo experimentamos podemos ralentizar su paso para hacerlo más significativo porque al final, lo importante no es cuántos segundos o minutos han pasado, sino qué tan llenos de vida y momentos memorables se han convertido esos segundos. Conclusión
En
definitiva, la gran verdad sobre el
tiempo es que aunque parece que se acelera conforme envejecemos, somos nosotros
quienes realmente le damos forma a cómo lo vivimos. El tiempo no cambia pero
nuestra percepción de él sí lo hace, dependiendo de nuestras emociones, experiencias
y cómo nos conectamos con el presente. Si logramos llenar nuestras vidas de
momentos significativos, si somos capaces de detenernos y ver las pequeñas
maravillas que nos rodean, entonces podemos experimentar una sensación de tiempo
más amplio y profundo.
Es
cierto que no podemos devolvernos al pasado ni controlar la rapidez con la que
los días se deslizan pero sí podemos cambiar nuestra forma de vivir al tomar
un respiro, al disfrutar de lo cotidiano o incluso al volver a conectar con esa
fascinación por lo nuevo, ya que podemos frenar aunque sea por un momento esa carrera
imparable del reloj.
No se trata de que se quede quieto,
sino de aprender a saborear cada segundo, así que aunque el tiempo avance no
dejemos que nos arrastre sin más, vivámoslo de manera plena porque a final el verdadero
secreto está en cómo elegimos vivirlo.
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