Adiós, Eri: La película de nuestras vidas que nunca deja de rodar

 

Hay historias que se leen y otras que se sienten, en donde Adiós, Eri es de las segundas ya que en este manga, el autor Tatsuki Fujimoto con su estilo desenfadado, su amor por el cine y habilidad para contar historias que desafían cualquier expectativa nos entrega una obra que rompe esquemas, desdibuja los límites entre la realidad, ficción y nos sumerge en un torbellino de emociones difíciles de poner en palabras pero que aquí estamos simplemente intentando hacerlo.

Desde el primer cuadro Adiós, Eri te deja en claro que no es una historia convencional ya que su premisa es sencilla pero brutal, la cual va de la siguiente manera, Yuta, un adolescente con una vida marcada por la tragedia recibe de su madre un encargo que le cambiará la vida, filmarla hasta el día de su muerte. Él lo hace, convencido de que está creando algo especial pero cuando proyecta su documental en la escuela, la reacción de sus compañeros es despiadada, su visión y forma de capturar la muerte de su madre es ridiculizada, la vergüenza, culpa y dolor lo consumen hasta el punto de querer acabar con todo pero entonces aparece Eri.

Eri es un misterio, una chica enigmática, carismática y con una presencia que lo cambia todo, es ella quien le devuelve las ganas de filmar, quien lo empuja a crear una película que realmente trascienda y quien lo desafía a narrar su historia con honestidad pero sin olvidar la magia del cine. Así, lo que parecía un simple relato sobre el duelo se transforma en algo mucho más grande, una exploración de la memoria, de cómo moldeamos nuestros recuerdos, de la forma en que el cine nos permite reescribir la realidad y de la obsesión humana por darle sentido a lo que duele.

Fujimoto no cuenta esta historia de manera tradicional porque su narrativa es una locura controlada al ser un rompecabezas en el que cada viñeta está construida como una toma cinematográfica, es un manga que no solo habla sobre el cine, sino que se convierte en cine a través de sus páginas.

Los paneles están enmarcados como si fueran planos de una película, el ritmo imita el montaje de un filme y el uso del silencio, cortes abruptos y repetición de escenas nos sumergen en la mente de un director que edita su propia vida en tiempo real, cada página se siente como un metraje proyectado en una pantalla gigante con Fujimoto jugando con nuestra percepción para hacernos cuestionar qué es real y qué es solo parte del montaje.

Pero lo que realmente hace especial a Adiós, Eri es su manera de conectar con las emociones sin caer en la manipulación barata ya que no es una historia que busque hacerte llorar con una tragedia convencional; en cambio, te enfrenta a la crudeza del duelo, a la incertidumbre de los recuerdos y a esa sensación de vacío que queda cuando alguien se va.

Lo hace con una mezcla de humor absurdo, melancolía y una narrativa que parece burlarse de sí misma al tiempo que construye algo profundamente conmovedor porque Fujimoto nos lleva de la risa a la angustia en cuestión de segundos, como si estuviera probando cuánto puede jugar con nuestras emociones antes de rompernos por completo.

Aunque, si hay algo que realmente me atrapó de este manga es su capacidad para desafiar las reglas del relato porque la historia avanza como si estuviéramos viendo una película dentro de una película, y a medida que nos sumergimos más en ella nos damos cuenta de que la línea entre ficción y realidad es cada vez más borrosa. ¿Quién es realmente Eri? ¿Hasta qué punto Yuta está contando la verdad? ¿Lo que vemos es lo que realmente sucedió o es solo la versión editada de su propia historia? Fujimoto nos deja las piezas pero no nos da el rompecabezas armado ya que somos nosotros quienes debemos decidir qué versión creemos, qué interpretación nos hace más sentido o qué despedida aceptamos.

Y entonces llegamos al final, uno que no solo golpea, sino que te deja con una sensación imposible de describir al ser un desenlace que desafía las expectativas, que cambia por completo la percepción de todo lo leído y que deja abierta una pregunta que puede reescribir toda la obra en la mente del lector. No hay respuestas definitivas, no hay certezas, solo un montaje final que se repite una y otra vez como si Fujimoto nos recordara que algunas historias nunca terminan realmente.

En definitiva, Adiós, Eri es una experiencia que te obliga a cuestionar la naturaleza del recuerdo, la forma en que lidiamos con la pérdida y el poder que tiene la ficción para transformar nuestras propias vidas. Es una historia que se queda contigo, que se siente como una película en la que cada vez descubres algo nuevo y que al igual que su título sugiere nunca termina del todo porque hay despedidas que duran para siempre y Fujimoto lo sabe demasiado bien.

El impacto de Adiós, Eri radica en la manera en que esta nos hace replantearnos nuestras propias vivencias. ¿Cuánto de lo que recordamos es real y cuánto es una reconstrucción que nuestra mente, como si fuese un director edita a su conveniencia? Fujimoto nos obliga a enfrentarnos a esa pregunta sin darnos respuestas fáciles, dejándonos con una sensación de melancolía pero también con una extraña paz porque al final tal vez no importa si lo que vivimos es verdad o ficción, sino la manera en que elegimos contarlo.

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