
No
es una película para todos y eso la convierte en una pieza aún más valiosa
porque The Brutalist no se rinde ante las fórmulas convencionales ni busca complacer
al espectador promedio, es un filme que exige entrega, paciencia y disposición
para adentrarse en una experiencia cinematográfica que se construye con la
misma meticulosidad con la que su protagonista levanta sus monumentos.
Es
cine de autor en su estado más puro, una obra que se cuece a fuego lento y que
se atreve a desafiar las expectativas de quienes buscan entretenimiento
inmediato ya que aquí no hay concesiones y pese a que demasiada extensa e
incluso pausada en ciertos momentos pero cuando cada escena, plano y diálogo se
vuelen piezas en un rompecabezas cuidadosamente diseñado que finalmente encaja,
el resultado es deslumbrante.
Y
lo es porque esta no es solo una película sobre arquitectura, es una
exploración sobre la arquitectura del alma humana. László Toth (Adrien Brody)
no es solo un arquitecto en busca de reconocimiento, sino un hombre
reconstruyéndose a sí mismo entre los escombros de su pasado. Su historia es la
de un creador atrapado en una nación que le ofrece oportunidades con una mano
mientras con la otra le impone sacrificios silenciosos, además de que su arte es
su refugio, obsesión y en última instancia su condena.
La
posguerra no solo ha moldeado su carrera, también sus cicatrices emocionales y
con base en ello, el filme utiliza este contexto para explorar temas como la
ambición desmedida, el trauma, la desigualdad de clases y la religión como
fuerzas determinantes en el destino de un hombre que lucha por dejar huella en
un mundo que lo desafía a cada paso.
Es
imposible hablar de la película sin destacar su guion, el cual es una obra de
ingeniería narrativa que se mueve entre lo íntimo y lo monumental. Cada
diálogo, silencio y transición entre el pasado y el presente está construido
con una precisión casi arquitectónica ya que aquí no hay discursos grandilocuentes
ni giros efectistas, en su lugar el filme nos sumerge en una progresión pausada
pero implacable donde la gloria y la ruina se entrelazan en una danza que
mantiene al espectador en un constante vaivén de emociones.
Es
un relato de ascensos y caídas, de triunfos efímeros y fracasos inevitables,
narrado con una solidez que pocos guiones logran alcanzar y lo más
impresionante es cómo logra esto sin perder nunca su sensibilidad ni su
humanidad, además de que el desarrollo de cada uno de sus personajes es
simplemente brutal, sobretodo el de László y su esposa Erzabet, con quienes poco
a poco vas empatizando.
Y
si el panfleto es la estructura, la dirección cinematográfica de Brady Corbet es
el cimiento que la sostiene, cada encuadre es una pieza de arte visual y cada
toma es calculada con la precisión de un arquitecto que entiende la importancia
de la luz, el espacio y la composición. Su puesta en escena captura la frialdad
y la brutalidad de la posguerra al tiempo que envuelve a sus personajes en una
atmósfera melancólica que refuerza el peso emocional de la historia.
Nada
en su dirección es fortuito porque cada decisión visual tiene una intención
narrativa, los planos cerrados transmiten la opresión del protagonista mientras
que las tomas amplias lo colocan como una figura diminuta en un mundo que se niega
a adaptarse a su visión, siendo así una dirección detallista pero jamás
ostentosa que entiende que la verdadera grandeza no reside en el exceso, sino
en la exactitud de cada elección visual.
Luego,
la fotografía es sencillamente deslumbrante porque cada escena es un lienzo
cuidadosamente compuesto donde la iluminación y los contrastes de sombra juegan
un papel fundamental en la narrativa. La paleta de colores, austera pero evocadora
refuerza la sensación de nostalgia y desesperanza que impregna el filme ya que
no hay un intento de embellecer la historia de manera superficial, en su lugar
este elemento nos sumerge en un universo donde la luz y la oscuridad representan
los conflictos internos de sus personajes.
Pero
un filme de esta magnitud no podría sostenerse sin un elenco a la altura,
Adrien Brody, un actor cuya grandeza ha sido subestimada en demasiadas
ocasiones se entrega por completo a un papel que exige matices, vulnerabilidad
y una intensidad contenida que habla más en sus silencios que en sus palabras.
Su interpretación es pura humanidad al ser un retrato de la lucha interna entre
la pasión y la resignación y entre la genialidad y la decadencia.
Cada
gesto, mirada y pausa en su voz es una manifestación del tormento de su
personaje, el cual le hace digno de haberse llevado la estatuilla dorada por
mejor actor en los Oscares del 2025 pero Felicity Jones y Guy Pearce no se
quedan atrás, ya que ambos aportan capas de complejidad a personajes que
podrían haber sido secundarios en otras manos pero que aquí se sienten
esenciales en la construcción de esta historia de ambición, sacrificio y deseo
de trascendencia.
Ahora,
si la actuación de Brody es el corazón del filme, la banda sonora es su latido
ya que cada pieza musical es cuidadosamente elegida para enfatizar la emoción
del momento sin caer en el sentimentalismo barato, no es una banda sonora que
busque imponerse, sino que se desliza sutilmente entre las escenas, potenciando
el impacto de cada decisión, pérdida y revelación.
Y
sí, hay momentos pausados pero cada uno tiene un propósito porque The Brutalist
es el tipo de película que te absorbe sin que te des cuenta y que te deja
atrapado en su mundo sin pedir permiso. Su puesta en escena es simplemente
hipnótica, la fotografía juega con contrastes de luz y sombra que reflejan el
conflicto interno de sus personajes y la banda sonora no solo acompaña, sino
que potencia cada momento con una elegancia que pocas veces se ve en el cine
actual, no es un filme que busque la inmediatez, sino la permanencia.
En
definitiva, The Brutalist es una excelencia del cine contemporáneo que trasciende
la pantalla para convertirse en una experiencia inmersiva, conmovedora y
devastadoramente hermosa que además de complacer, busca desafiar ya que no se conforma
con contar una historia, sino en esculpirla con cada plano, gesto y decisión artística para ser un testimonio sobre la lucha por dejar huella en un
mundo que rara vez recompensa el talento y en ese sentido, el filme aun si
habla de arquitectura, se convierte en ella.
The
Brutalist obtuvo ocho nominaciones a los premios Oscar del 2025 en las categorías
de mejor película, mejor director, mejor actor, mejor actor de reparto, mejor
actriz de reparto, mejor fotografía, mejor banda sonora y mejor edición, en
donde al final se hizo con 3 galardones (mejor actor, mejor fotografía y mejor
banda sonora).
Calificación: 9.5/10
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