Cuando
se habla de Steven Soderbergh, se habla de un arquitecto de la narrativa visual
y un estratega que no necesita gritar para que escuchemos cada palabra. Desde
Traffic hasta la trilogía de Ocean’s Eleven ha demostrado una y otra vez que
domina tanto la tensión como la elegancia y el entretenimiento como un subtexto
pero en Código Negro, decide ir más allá ya que regresa al género que mejor se
le da (el de los planes calculados u los secretos escondidos bajo capas de
sofisticación), solo que esta vez no hay joyas que robar ni bancos que asaltar,
sino la verdad
Y
eso es lo fascinante porque Código Negro no juega a ser una película de
espionaje, es una película de espionaje pero una que no se somete al molde tradicional,
sino que lo desarma, moldea y reconstruye con la precisión quirúrgica de
alguien que conoce cada engranaje del sistema. Donde otros apuestan por la
acción frenética, Soderbergh elige la duda apostando por la psicología,
intimidad y silencio cargado de sospechas porque en este tablero de ajedrez
emocional, cada jugada es un riesgo y cada palabra un código.
La
premisa de la cinta se centra en George Woodhouse (Michael Fassbender), una
leyenda viva de la inteligencia internacional y un hombre al que nada lo toma
por sorpresa hasta que su propia esposa, Kathryn (Cate Blanchett), es acusada
de alta traición. La evidencia es demoledora, el aparato estatal ya la juzgó en
silencio y el reloj comienza su despiadada cuenta regresiva pero George no
puede cerrar ese archivo ya que la ama y cree conocer.
De
esa forma, comienza un thriller íntimo y cerebral donde el campo de batalla es la
mente y el corazón de un hombre dividido entre el deber y la devoción en donde
espías, mentiras, estrategias ocultas y heridas emocionales convergen en una
trama que se retuerce sobre sí misma, obligando al espectador a cuestionar
todo. ¿Qué significa realmente conocer a alguien? ¿Y cuántas veces puedes
mentirte a ti mismo para sobrevivir?
Código
Negro es un filme que exige paciencia pero recompensa con creces, al principio
puede parecer que no hay urgencia y que la trama camina con pies de plomo pero
no hay lentitud en vano, lo que hay es preparación, una tensión que se cocina a
fuego lento como el mejor de los platos. Soderbergh no quiere que corras,
quiere que observes, te sientas igual de confundido que George y que empieces a
desconfiar no solo de los personajes, sino de ti mismo.
Y
es ahí donde la película brilla, en su capacidad para construir un suspenso que
no depende de persecuciones, sino de miradas sostenidas, silencios incómodos y gestos
mínimos cargados de doble sentido. Hay escenas donde basta una respiración mal
colocada o una frase dicha con cierta entonación para que el espectador entre
en un estado de paranoia similar al del protagonista, siendo esa la verdadera
inteligencia de este thriller, la cual es atraparte sin necesidad de levantar
la voz.

El
guion, aunque retador en su ritmo inicial es una joyita del género ya que esta
construido como un laberinto, en donde sus giros argumentales son bisturís
narrativos que diseccionan los dilemas internos de los personajes, además, sus
diálogos son tan elegantes como punzantes porque dicen mucho sin decir todo,
dejando siempre una grieta abierta para la interpretación, luego, el tono general
es sobrio pero nunca frío y cuando llega el tercer acto, todo encaja con una
precisión que emociona, siendo así cine cerebral con una carga sentimental que
golpea en lo más íntimo.
Y
qué decir del apartado visual, la fotografía es un personaje más al ser
envolvente, calculada y llena de claroscuros que reflejan las zonas grises de
los protagonistas, el montaje es pulcro, medido, sin distracciones, con una
dirección de arte que logra una estética de lujo discreto y de inteligencia
oculta bajo el barniz de lo cotidiano para convertir a este filme en el tipo que
respira clase en cada plano.
Con
base en el reparto, Michael Fassbender está sublime gracias a que su
interpretación funcional, atrapado entre lo que sabe hacer y lo que siente. Su
George Woodhouse transmite el desgaste del espía que ha visto demasiado y que
ahora cuando más necesita certezas, se enfrenta a la traición más íntima y Cate
Blanchett es una enigma andante ya que su actuación es un acto de contención
brillante en el que lo que no muestra es lo que más comunica, además de que la
química entre ambos es de conexión profunda, de esa que nace de los secretos
compartidos o quizás de los secretos no descubiertos.

Pero
lo más poderoso de Código Negro es su trasfondo emocional porque más allá del
thriller, lo que se está explorando aquí es la fragilidad de la confianza no
solo en una relación, sino en uno mismo. ¿Qué ocurre cuando dejas de confiar en
tus propios instintos? ¿Qué haces cuando la persona en la que más creías
empieza a desdibujarse frente a tus ojos? La cinta responde con una propuesta
cinematográfica que invita a la reflexión, al análisis y al silencio incómodo
que queda cuando las luces se encienden y la película termina.
En
definitiva, Código Negro es un thriller elegante, sobrio, construido con bisturí
y no con martillo que te exige atención, que te pide compromiso emocional,
mental y te paga con una experiencia para recordar. Es espionaje desde lo
emocional, desde la duda y desde el alma fracturada que lo convierte en algo verdaderamente
original dentro de un género que a veces se ahoga en clichés.
Soderbergh
entrega aquí una clase magistral de dirección contenida y sofisticada, no es
una película para todos pero para quienes aman el cine que no subestima al
espectador, es muy buena porque en Código Negro, el verdadero enemigo no es el
país extranjero, el traidor infiltrado o el sistema, el verdadero enemigo es lo
que no sabes de quien más amas.
Calificación: 8/10
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