En
un mundo donde las heridas se sienten en la carne y también en el alma, Havoc
se abre paso como un brutal recordatorio de que la supervivencia verdadera no
se libra únicamente con los puños, sino con la voluntad de no quebrarse. Más
allá de su implacable ferocidad, esta cinta nos sumerge en un descenso a los
rincones más oscuros del ser humano donde resistir es una necesidad básica para
no desaparecer del mapa.
Entre
calles mugrientas, alianzas podridas y traiciones que pesan como plomo, surge una
historia que aunque podría haberse adentrado más en algunos rostros secundarios
y peca ocasionalmente de predecible, late con una fuerza tan intensa, violenta,
sangrienta y genuina que resulta imposible apartar la mirada ya que cada golpe,
caída y respiro entre la supervivencia, nos hablan de la resistencia pura,
visceral e innegociable que define a quienes se niegan a ser devorados por el
caos.
La
historia sigue a Patrick Walker (Tom Hardy), un detective en un mundo plagado
de corrupción en donde después de un tiroteo mortal que involucra al hijo del
político corrupto Lawrence Beaumont (Forest Whitaker), Walker es contratado
para localizar al hijo de Beaumont y protegerlo mientras trata de desenmarañar
una red criminal mucho más profunda y peligrosa de lo que esperaba.
A
medida que avanza la premisa, Walker descubre que la ciudad está llena de
aliados traicioneros, personas con secretos y una mafia en la que la lealtad no
existe los policías, los criminales y los políticos están todos entrelazados y
debido a ello, Walker se ve obligado a cuestionar su moralidad en un juego
peligroso.
Lo
que parece una misión sencilla de rescate se convierte en una lucha por
sobrevivir cuando Walker se da cuenta de que su vida y las vidas de quienes lo
rodean están en peligro y a lo largo de la película, se exploran temas de
lealtad, redención y la pregunta de qué significa hacer lo correcto en un mundo
corrupto y sin escrúpulos.
Havoc
no pretende ser perfecta y tal vez por eso termina siendo mucho más auténtica
que muchas producciones que parecen obsesionadas con pulir hasta el último
borde ya que aquí, la imperfección es parte del viaje en donde cada golpe seco,
mirada cansada y paso doloroso de Patrick Walker tiene una intención, una
narrativa que no necesita explicarse con palabras grandilocuentes, sino que se
siente en la piel como una herida abierta.
Sí,
su trama no busca reinventar el thriller urbano ya que la corrupción
institucional, los rescates desesperados y las conspiraciones que infectan
desde el nivel más bajo hasta las cúpulas de poder son elementos que hemos
visto antes, en donde algunos personajes secundarios (potencialmente
interesantes) quedan algo subexplotados como sombras que insinúan historias más
profundas pero que no terminan de brotar en pantalla y en ciertos momentos, el
espectador puede anticipar el próximo giro, enfrentamiento o traición.
Pero
todo eso es irrelevante cuando la película consigue construir una atmósfera
donde cada segundo importa y donde cada mirada, jadeo o sonido de huesos
rompiéndose alimenta una tensión constante que nunca se siente artificial. Gareth
Evans entiende que la violencia es un lenguaje y un medio para contar la
historia del colapso físico, moral y emocional de un hombre enfrentado a un sistema
podrido hasta su núcleo.
La
acción en Havoc además de ser espectacular, no busca deleitar, busca
sumergirte, arrastrarte y hacerte partícipe gracias a que las peleas son
sucias, agobiantes y tan viscerales que por momentos casi puedes sentir el peso
de los golpes en tu propio cuerpo, aquí no hay piruetas imposibles ni
coreografías limpias al estilo hollywoodense, solo el combate de supervivencia
brutal, desordenado y desesperado.
Y
en el centro de este caos se alza Tom Hardy ya que se transforma, no hay pose ni
glamour en su interpretación porque Walker, al ser un hombre exhausto y dañado
que sigue avanzando porque retroceder ya no es una opción, Hardy transmite esa metamorfosis
con una entrega física y emocional que pocos actores son capaces de sostener
durante toda una película. Cada respiración entrecortada, mirada vacía y pequeño
gesto de dolor reprimido añade capas al personaje, haciendo que lo acompañe en
su descenso a los infiernos urbanos.
En
cuanto al guion, ofrece una estructura sencilla pero deliberadamente efectiva
ya que Gareth Evans se centra en construir un descenso progresivo y doloroso
hacia el corazón de la corrupción, los diálogos son breves, directos, como
puñetazos verbales que mantienen el ritmo tenso y urgente de la película en
donde no hay espacio para discursos grandilocuentes ni para monólogos
innecesarios, haciendo que cada línea, silencio y mirada sirva para reforzar la
desesperación creciente de los personajes.
Como
se dijo en un principio, los personajes secundarios queden algo esquemáticos pero
el escrito entiende que en este tipo de infiernos urbanos no todos necesitan
grandes trasfondos para transmitir brutalidad, dolor o resignación. Esa
sobriedad narrativa, lejos de ser un defecto, se convierte en una virtud:
permite que la película avance como una avalancha incontrolable, enfocándose en
lo esencial y dejando que sean los gestos, las heridas y las decisiones
desesperadas las que hablen más fuerte que cualquier palabra.

La
dirección cinematográfica refuerza esta sensación de asfixia constante con
calles oscuras, pasillos infestados de humedad, óxido y edificios que parecen
podrirse desde adentro para hacer que la ciudad en Havoc sea un personaje en sí
misma, viva, maldita, insaciable y a medida que Walker avanza, el entorno se
vuelve cada vez más opresivo como si el propio mundo estuviera conspirando para
aplastarlo ya que no hay momentos de respiro ni refugios seguros, solo una
amenaza constante, latente y cortante.
Lo
más fascinante es que en medio de toda esta brutalidad, Havoc encuentra espacio
para la humanidad no a través de discursos inspiradores ni giros melodramáticos,
sino en pequeños gestos como en la forma que Walker ayuda a un inocente sin
esperar nada a cambio y en los momentos en que su mirada revela el cansancio de
alguien que sabe que cada paso hacia adelante es un paso más cerca de su propio
fin.
En
cuanto al ritmo, Evans demuestra un control magistral ya que la película nunca
se siente apresurada pero tampoco se detiene innecesariamente, cada escena parece
diseñada para añadir presión y mantener la cuerda tensa hasta el punto de
quiebre. No hay subtramas irrelevantes ni escenas de relleno, todo en Havoc
existe para alimentar la tensión, el peligro y la sensación de que cualquier
error o descuido podría ser el último.
¿Es
predecible en partes? Puede ser pero en Havoc lo importante es sentir cómo
llega hasta allí al arrastrarse a través del lodo, mordiéndote las heridas y
luchando contra la corrupción externa e interna. Es una película donde la
previsibilidad no le resta peso a las emociones porque las refuerza, haciéndote
desear que los personajes encuentren una salida incluso cuando sabes que no hay
finales felices en lugares como este.
Por
todo esto, Havoc no es una película diseñada para todos los públicos, no es
cine para ver distraídamente mientras revisas el celular, es cine que exige
atención, que te pide involucrarte, que te golpea emocionalmente tanto como físicamente
y en esa honestidad brutal, en esa crudeza sin adornos encuentra su mayor
grandeza.
Gareth
Evans confirma una vez más que la acción bien hecha puede ser tan poderosa y
profunda como cualquier gran drama y Tom Hardy demuestra que sigue siendo un
actor capaz de cargar con la desesperanza del mundo entero en sus hombros sin
perder ni un ápice de credibilidad.
En
tiempos donde el cine de acción parece cada vez más atrapado entre la
espectacularidad vacía y las fórmulas prefabricadas, Havoc llega como un
recordatorio rotundo, la violencia cuando tiene propósito y peso emocional,
puede ser una forma tan válida de arte como cualquier otra y vaya que aquí lo
demuestra.
En
definitiva, Havoc es un descenso sin red al corazón de la violencia, corrupción
y resistencia más cruda donde cada personaje, golpe y suspiro desgarrado parece
preguntarnos cuánto puede aguantar un ser humano antes de romperse por completo,
sí, su relato pudo escarbar con más fuerza en las historias de quienes orbitan
alrededor del protagonista y a veces la brújula narrativa señala caminos
previsibles pero nada de eso logra empañar la brutal honestidad con la que el
filme retrata una lucha donde perder es casi inevitable y aun así se pelea.
Havoc
es en esencia un grito en medio del derrumbe, un eco de furia y dignidad que se
niega a apagarse entre el ruido, es esa clase de cine que te golpea primero en
los sentidos pero que deja la cicatriz más profunda en el alma, recordándote
que a veces simplemente seguir en pie es el acto más feroz de rebeldía, sin
duda es un filme recomendable que puedes encontrar en Netflix.
Calificación: 8/10
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