Tierras Perdidas: La fantasía que se pierde en su propia mediocridad

Hay directores que han logrado construir imperios cinematográficos a base de talento, visión, pasión y luego está Paul W.S. Anderson que pareciera haber hecho de la mediocridad una marca personal, esculpiendo una carrera que sobrevive más por inercia que por mérito. En la industria del cine, su nombre se ha vuelto sinónimo de producciones que prometen mucho y entregan poco, ósea, productos plásticos que buscan disfrazarse de cine de acción o fantasía pero que solo son envoltorios vacíos, reciclados una y otra vez.

Podría decirse que Carrera de la Muerte y Monster Hunter son los filmes menos ofensivos que ha dejado en su paso por las salas pero fuera de eso, el resto de su filmografía vive cómodamente en el olvido, en ese limbo de películas que ves, soportas y luego tu memoria se encarga de borrar por piedad y si alguien creía que Anderson ya había agotado su reserva de desastres, llega Tierras Perdidas para recordarnos que cuando se trata de hundir una buena idea, él es todo un maestro en ello.

La trama de la cinta sigue a Gray Alys (Milla Jovovich), una hechicera mercenaria solitaria que es contratada por una reina desesperada que desea conseguir un poder antiguo, el de la habilidad de transformarse en un lobo y para lograrlo, Alys debe adentrarse en las legendarias y traicioneras Tierras Perdidas, un territorio casi mitológico del que pocos regresan con vida.

En su travesía es acompañada por Boyce (Dave Bautista), un guerrero nómada de pasado misterioso, endurecido por la supervivencia y una vez juntos, tendrán que enfrentarsea bandidos, bestias salvajes, trampas, enemigos sobrenaturales y sobre todo, a sus propios límites éticos en un viaje que pone a prueba no solo su fuerza física, sino también su humanidad.

Ver este largometraje es como emprender una caminata larga y agotadora hacia un destino que te prometieron mágico pero que al final solo resulta ser un terreno baldío, sin señales de vida ni rastros de grandeza. La película no solo fracasa en su intento de contar una historia, sino que lo hace de manera tan mecánica y desalmada que cuando aparecen los créditos, uno siente que ha sido víctima de un engaño cuidadosamente envuelto en estética superficial lo cual es decepcionante.

El gran problema de esta producción cinematográfica es sin lugar a dudas el guion, el cual es un caso triste porque parte de una semilla poderosa, firmada ni más ni menos que por George R. R. Martin, un autor que ha probado ser capaz de construir mundos ricos, oscuros y llenos de matices como lo demostró con Game of Thrones, sin embargo, lo que en papel pudo haber sido una fábula brutal y absorbente, termina en pantalla reducido a un esqueleto narrativo que apenas logra sostenerse en pie.

El panfleto está plagado de diálogos que terminan siendo frases vacías, de esas que parecen salidas de un generador automático de frases épicas, en donde los personajes conversan como si intentaran convencer al espectador de que hay un subtexto importante detrás de cada línea cuando en realidad lo único que hay es humo y pretensión, además, no hay desarrollo, no hay evolución, no hay conflicto, solo personajes que caminan por escenarios artificiales y vomitan líneas que no provocan ni empatía, intriga o reflexión.

El arco de Gray Alys, la bruja mercenaria encarnada por Milla Jovovich es tan plano como predecible ya que no existe un verdadero viaje interno, no hay peso en sus decisiones ni momentos en los que uno pueda conectar con su historia, motivaciones o dolor. Todo está contado con una frialdad aséptica, como si al guion no le importara en absoluto que entendamos quién es Alys, por qué hace lo que hace o qué consecuencias enfrenta, lo que debería ser una figura compleja termina siendo un simple avatar con expresión de póker.

Y si de acompañantes se trata, Dave Bautista es víctima de uno de los papeles más desperdiciados de su carrera, un guerrero sin matices cuya función se resume a estar presente y ocasionalmente mover la trama de forma forzada pero sin aportar nada significativo a la historia, siendo así un personaje que existe solo para llenar espacio en pantalla como un muñeco de músculo que jamás se siente relevante.

Además, lo largo del metraje la película intenta construir un mundo oscuro y mitológico, repleto de criaturas, hechizos y dilemas morales pero la construcción del universo es tan pobre y superficial que todo se siente como un cartón pintado, vacío de sustancia y sin la más mínima capacidad de seducción. Incluso los conflictos emocionales que deberían dotar de humanidad a los personajes son tratados como simples obstáculos que deben superarse a base de diálogos crípticos o miradas serias, sin jamás profundizar en sus consecuencias.

Con base en sus elementos cinematográficos, los cuales terminan por hundir la cinta aún más, las secuencias de acción son uno de los aspectos donde más se nota la falta de imaginación y la dependencia absoluta en fórmulas desgastadas, ya que en lugar de coreografías dinámicas que mantengan al espectador al filo del asiento, lo que tenemos es un abuso descarado y repetitivo del slow motion donde cada combate parece ralentizarse más por obligación que por estilo, robándole emoción a los enfrentamientos.

Luego, la dirección cinematográfica de Paul W.S. Anderson, como siempre suele suceder en varios de sus trabajos, es otro eslabón débil en esta cadena de errores porque su estilo, que desde hace años parece haber quedado atrapado en los márgenes de lo funcional y lo genérico, se siente más desgastado que nunca, ya que parece más preocupado por llenar el metraje que por darle sentido o cohesión visual a su relato, optando por un montaje rutinario, encuadres poco inspirados y decisiones de cámara sin aprovechar.

La fotografía, a pesar de que intenta vestir la película con filtros oscuros, tonos fríos y contrastes que sugieren un mundo sombrío y decadente, es completamente artificial como ya que no transmite nada más que desinterés. En cuanto al diseño de producción, es simplemente olvidable porque los escenarios parecen salidos de un videojuego de bajo presupuesto con pasillos genéricos, tierras sin vida, cuevas recicladas y salones vacíos que solo existen como fondo.

Los efectos visuales y especiales dios, de verdad son horribles, lejos de apoyar la historia, terminan convirtiéndose en un lastre visual que evidencia las costuras en cada secuencia donde los monstruos, criaturas mágicas y escenarios generados por computadora carecen de peso y realismo, incluso, en más de una ocasión la pantalla verde es tan notoria que rompe por completo la inmersión, dejando en claro que ni siquiera se tomaron la molestia de pulir los detalles básicos en postproducción.

Milla Jovovich, por más guapa y enigmática que luzca en pantalla vuelve a ser víctima de uno de los peores enemigos de cualquier carrera actoral, las malas elecciones, es triste ver cómo su talento se sigue desperdiciando en este tipo de producciones sin alma que lejos de aportarle algo a su trayectoria, solo la empujan a formar parte de ese selecto grupo de actores atrapados en papeles de catálogo, una y otra vez, la a pregunta ya no es si Jovovich puede hacerlo mejor, sino cuándo decidirá buscar proyectos que la dignifiquen.

En definitiva, Tierras Perdidas es un páramo vacío donde la creatividad y el talento se extraviaron antes de rodar la primera escena, es una película que parece existir únicamente para recordarnos que por más potencial que tenga una historia, en manos equivocadas puede convertirse en un desastre, siendo así una de las peores películas del año y otro clavo más en el ataúd creativo de uno de los directores más nefastos que ha visto Hollywood.

Si el cine de fantasía es una tierra rica en historias memorables, esta película es un desierto donde no crece nada y por mucho que Hollywood insista en reciclar nombres, actores y franquicias, la magia no se fabrica a golpe de efectos visuales baratos ni de cámaras lentas ni mucho menos con la pereza con la que fue hecha esta producción. 



Calificación 4/10

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