A
veces los artistas olvidan que el riesgo no equivale a genialidad y Hurry Up
Tomorrow es el ejemplo perfecto de lo que ocurre cuando el exceso de ambición
no está respaldado por sustancia narrativa. Con un presupuesto millonario, un
reparto con potencial y una estética que promete mucho, esta película termina
siendo un desastre pretencioso, hueco y frustrante que ni como experimento audiovisual
o largometraje cumple lo que promete, ya que lo único rescatable aquí es el
soundtrack y una interpretación decente de Jenna Ortega, todo lo demás es un
desfile de decisiones equivocadas.
Hurry
Up Tomorrow es la confirmación definitiva de que la ambición desmedida cuando
no tiene sustancia, se transforma en una caída libre disfrazada de obra de
arte, sin duda esta obra es cine sin alma, sin ideas y sin dirección. Un
delirio visual que pretende ser profundo pero apenas raspa la superficie de su
propio artificio, un ego hinchado queriendo ser filosofía y un videoclip de
hora y media al que le falta corazón, guion, ritmo, humanidad y sobre todo,
honestidad.
La
historia de la cinta gira en torno a un cantante insomne (interpretado por Abel
Tesfaye) que ha perdido la voz tras una crisis emocional en pleno concierto, aislado,
exhausto y mentalmente fragmentado, su vida da un giro extraño cuando conoce a
Anima (Jenna Ortega), una misteriosa fan con la que inicia un viaje por los rincones
más oscuros de su mente, haciendo que a lo largo del filme se explore el colapso de la
identidad, los límites entre realidad y alucinación y el vacío del éxito y la
búsqueda de propósito.

Bueno,
lo que pudo haber sido una interesante exploración sobre el vacío existencial
que genera el éxito en la industria musical, termina siendo el capricho
ególatra de un músico que rodeado de aduladores, se creyó cineasta sin haber
entendido qué hace al cine algo más que una serie de imágenes bonitas
acompañadas de música atmosférica. Es como si Abel Tesfaye se hubiera propuesto
hacer su propio “Black Swan” o “Under the Skin” pero sin los demonios internos,
sin el sacrificio actoral y sin el conflicto real, solo luces, humo y una profunda
desconexión emocional.
La
película arranca con promesas huecas porque la angustia de un artista que
pierde la voz es una metáfora obvia, barata y francamente infantil ya que cae
en una espiral de autodescubrimiento y apariciones oníricas pero lo que empieza
como una supuesta odisea interior, pronto se revela como una experiencia
insoportablemente vacía donde no hay viaje alguno ni conflicto o evolución.
Solo una secuencia interminable de escenas deshilachadas que intentan seducir
con neón, cámara lenta y símbolos que no significan nada.
El
guion es desastroso, los diálogos son un desfile de frases vacías disfrazadas
de reflexión, además de que parece escrito por una inteligencia artificial
alimentada por videos de TikTok sobre “espiritualidad estética” y con las
patas. La narrativa no avanza ni retrocede, simplemente existe como un zumbido
molesto que intenta convencerte de que estás viendo algo importante pero no hay
tensión, no hay estructura, no hay alma, solo una cadena de escenas que parecen
concebidas para proyectarse en una galería de arte pretenciosa donde nadie se
atreva a decir que no entendió nada por miedo a parecer inculto.

La
dirección de Trey Edward Shults queda reducida a un espectáculo de cámara libre
y planos “cool” que parecen sacados de un reel publicitario porque cada
encuadre grita estilo pero ninguno susurra verdad, ósea, es como si estuviera
dirigiendo bajo las órdenes de un influencer obsesionado con su imagen en donde
todo debe verse hermoso y parecer elevado, aunque no signifique absolutamente
nada.
Luego,
las actuaciones reflejan ese caos narrativo, Jenna Ortega hace lo que puede dentro
de un papel mal escrito que nunca termina de definirse, Barry Keoghan, quien
siempre es versátil, es reducido a una caricatura críptica que no suma nada pero
el caso más alarmante es el del propio Abel Tesfaye, ya que demuestra con
claridad que ser carismático en el escenario no se traduce en saber actuar. Su
expresión monótona y distante no evoca ninguna emoción, solo aburrimiento, como
ver a alguien interpretar su propio vacío sin saber cómo expresarlo, además, ni
siquiera como mesías emocional logra generar empatía.
La
única área donde la cinta muestra algo de consistencia es en el apartado
musical porque no es sorpresa que la banda sonora funcione mejor que todo lo
demás, Daniel Lopatin (Oneohtrix Point Never) y el propio Tesfaye construyen
una atmósfera sonora densa e hipnótica que podría tener mucho más impacto si no
estuviera encadenada a una narrativa sin sentido. La música es envolvente pero
luego se ve que pide a gritos una historia que la merezca, más no esta amalgama
de autoindulgencia disfrazada de trascendencia.

En
definitiva, Hurry Up Tomorrow la verdad es un insulto a la inteligencia del
espectador ya que es una obra que cree que puede esconder su vacío detrás de la
estética y una cinta que se mira a sí misma con tanto deseo de ser arte que
olvida lo esencial, el cine también debe comunicar, conmover, doler, desafiar o
al menos entretener pero aquí no hay emoción, solo un desfile de imágenes que
terminan por hartar, una atmósfera que abruma sin propósito y un escrito que ni
siquiera se molesta en construir una premisa real.
Es
cine que se siente como estar atrapado en una galería de espejos ya que todo
refleja algo pero nada muestra la verdad, siendo así una prueba sobre lo que
ocurre cuando la forma quiere reemplazar al fondo, cuando el ego del autor se
impone a la voz de la historia y cuando el arte deja de ser exploración para convertirse
en autocelebración.
De
esa manera, Hurry Up Tomorrow se corona como la peor película del año no porque
sea provocadora, sino porque ni siquiera lo intenta, es aburrida, vacía,
autoindulgente y se atreve a disfrazarse de obra maestra cuando no pasa de ser
un mal video musical extendido que se toma demasiado en serio. Es una cinta que
se olvida en cuanto termina pero cuyo tedio permanece como un mal sabor de boca
al ser un experimento fallido, una ilusión óptica, una fantasía sin alma y un
bostezo con pretensiones de poema.
Calificación: 0/10
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