En una época donde el espectáculo parece reemplazar al alma, donde el CGI ha devorado al vértigo real y las franquicias buscan estirar sus límites hasta desvanecerse en la saturación, Misión Imposible: Sentencia Final irrumpe como un manifiesto explosivo de lo que el cine de acción puede ser cuando se filma con coraje, precisión y propósito. Es un grito rebelde contra la indiferencia, un recordatorio de que todavía existen historias se construyen en carne, hueso y voluntad para que cada persecución, salto al vacío y escenas meticulosamente calculadas, vibren con la intensidad de alguien que aún cree que el cine es una experiencia física, casi espiritual y que debe sentirse en los nervios, en el estómago y en el pecho.
Dentro de este escenario la acción es lenguaje y la misión, más que imposible, es imprescindible porque no
estamos ante una película más, estamos frente a una obra que late con fuerza
propia, que respira al ritmo del peligro y se construye desde el amor casi
obsesivo por el cine físico, tangible y artesanal, es adrenalina que piensa, es
músculo con corazón, es vértigo y vulnerabilidad fundidos en una danza
perfectamente coreografiada que merece mucho más que aclamo universal.
Este capítulo, el cual es más ambicioso, reflexivo y humano, no solo cierra un
ciclo en la saga, sino que trasciende su propia fórmula al elevar el espectáculo a arte y el
riesgo a virtud, convirtiéndose en un testimonio cinematográfico que no pide permiso para
hacer historia, que ruge como un grito de resistencia frente al cine
prefabricado, que nos recuerda por qué nos enamoramos de las salas oscuras y de
las historias que hacen vibrar hasta los huesos.
Aquí
no se busca impresionar, se busca impactar y tocar una fibra que va más allá de
los sentidos, es la película que demuestra que el cine de acción también puede
ser un poema escrito a base de golpes, saltos, silencios y detonaciones y en su
centro, ardiendo como el motor que lo impulsa todo, está Tom Cruise no como el
mejor actor de todos los tiempos, sino como una leyenda viva y el último gran
cruzado de un cine que ya casi nadie se atreve a hacer.
Tras
los acontecimientos de Misión Imposible: Sentencia Mortal, Ethan Hunt (Tom
Cruise) enfrenta su desafío más intangible, incontrolable y actual ante una
inteligencia artificial llama La Entidad que tiene el poder de manipular el
mundo desde las sombras, ya no se trata solo de salvar ciudades, gobiernos o
incluso al planeta, sino de luchar contra la desinformación, la duda, la
aniquilación de la verdad y acompañado por su equipo pero más solo que nunca,
Hunt se ve obligado a tomar decisiones que reconfiguran lo que significa ser un
héroe.
A
medida que la misión se desenrolla entre persecuciones al borde del abismo,
traiciones calculadas y dilemas éticos, queda claro que esta no es solo una
guerra externa, es una batalla por el alma del presente, mientras el reloj
avanza, las máscaras caen y cuando todo parece perdido, el hombre más imposible
de quebrar vuelve a desafiar el destino una última vez para convertirse en el héroe
del mañana
Misión
Imposible: Sentencia Final es mucho más que la suma de persecuciones, gadgets y
explosiones, es una obra meticulosa y diseñada para ser vista con los ojos bien
abiertos y el corazón acelerado. Estamos ante una película que se siente como
un clímax emocional, narrativo y estético no solo de una franquicia, sino de
una forma de entender el cine de acción que está desapareciendo.
En
un panorama saturado de secuelas y fórmulas prefabricadas esta entrega se
atreve a apostar por algo más ambicioso, ósea, la emoción construida desde el
guion porque sí, hay espectáculo (uno descomunal) pero lo que realmente le da
peso a cada explosión es el contexto que la sostiene. El guion de Christopher
McQuarrie y Erik Jendresen no solo sirve de soporte a la acción, es el mendigo motor
que la dirige ya que cada línea de diálogo, decisión y giro argumental está
cuidadosamente colocado para que nada sobre pero todo importe.
Lo
más notable del libreto es cómo equilibra lo personal con lo global ya que construye
tensión no solo por lo que está en juego a nivel mundial, sino por lo que se
juega cada personaje internamente. Ethan Hunt ya no corre solo para detener a
los villanos, corre para redimirse, salvar lo que queda de sí mismo y preservar
aquello que ha aprendido a valorar, siendo su equipo, causa y humanidad. Los
conflictos son extensiones de dilemas morales complejos como, ¿hasta dónde
llegarías para proteger lo que amas? ¿vale más la verdad o la seguridad? ¿Qué
se sacrifica cuando el bien común se imponente?

Y
en medio de toda esa gravedad temática, el guion nunca olvida entretener porque
aun si el filme dura casi 3 horas, el ritmo es impecable gracias a que los
momentos de tensión están intercalados con pausas que permiten respirar,
observar y sentir. Hay espacio para la introspección pero también para el
ingenio, el humor sutil y las sorpresas que redefinen el rumbo de la historia,
haciendo que todo encaje con precisión quirúrgica y como una bomba de relojería
que solo estalla cuando el escrito quiere que lo haga.
Además,
la película abraza su mitología sin miedo porque no rehuye de su pasado, sino
que lo transforma en combustible para el presente con referencias a entregas
anteriores, fantasmas que regresan y varias heridas abiertas, cada uno de esos
aspectos son el tejido maestro que incluso quien no ha visto las anteriores
pueda seguir el hilo pero quien sí lo ha hecho, sienta el peso acumulado de
cada capítulo previo de una de las mejores sagas en la historia del cine de
acción
Incluso,
la inteligencia artificial antagonista es el reflejo de nuestros tiempos ya que
la desinformación, la manipulación digital y la pérdida de control sobre la
verdad son temas que resuenan con una fuerza incómoda. La película no da
sermones pero plantea preguntas como por ejemplo, ¿qué pasaría si dejamos que
las máquinas definan nuestras decisiones? ¿qué queda del libre albedrío cuando
todo está vigilado y preprogramado? El enemigo más temido ya no es humano y por
eso mismo es aún más aterrador.
Incluso
los nuevos personajes como Grace (Hayley Atwell) París (Pom Klementieff), Degas
(Greg Tarzan Davis) están bien definidos
desde su primera aparición ya que aun si no tienen un desarrollo profundo, no
son piezas de cartón puestas para rellenar escenas gracias a que tienen objetivos,
conflictos y arcos claros, el guion les da voz pero también propósito y lo más
importante, todo lo que dicen o hacen repercute en la historia, haciendo que no
haya personajes decorativos.
Pasándonos
con su apartado cinematográfico, cada secuencia de acción está dirigida con una
obsesión por el detalle que roza lo enfermizo y eso es justo lo que la hace
genial, la cámara no solo sigue la acción, baila con ella porque nos lanza a
través de callejones, submarinos, aviones, mar, tierra, precipicios y salas
oscuras con un vértigo que nunca se siente gratuito, cada plano está cargado de
sentido ya que hay tensión incluso cuando no hay peligro inmediato porque aquí,
lo que está en juego es el orden mismo de la realidad.
Ethan
Hunt como figura central ha evolucionado, ya no es el joven espía rebelde que
rompía las reglas con una sonrisa irónica, ahora es un hombre marcado que carga
con las decisiones del pasado pero que sigue aferrado a un principio inquebrantable,
el de proteger al mundo cueste lo que cueste y sin importar el precio personal.
En un cine lleno de antihéroes moralmente ambiguos, Hunt sigue creyendo en lo
correcto, en la gente, en el deber y eso lo hace no solo admirable, sino
heroico en el sentido más puro de la palabra.

Tom
Cruise entrega la actuación definitiva de su carrera por la brutalidad física
que implica su rol (cada escena de riesgo es tan real que se siente en los
huesos) y la densidad emocional que transmite sin palabras. Hay miradas, silencios
y gestos mínimos que resumen años de historia, culpa y amor por su equipo, provocando
que su interpretación diga, "ya lo he dado todo pero si el mundo aún me
necesita, seguiré corriendo" y lo hace corriendo, lanzándose, peleando y emocionando
Anteriormente
hablamos un poco de los personajes nuevos pero complementarlo, ellos junto al
elenco secundario de caras conocidas, lejos de ser simple apoyo, brilla con luz
propia ya que hay química, fricciones internas y pasados compartidos que se
sienten como un equipo real con cicatrices y lealtades que no necesitan ser
explicadas, solo vistas, además, los personajes femeninos no están ahí como
adornos o víctimas, sino como piezas clave de la misión con agencia y
determinación.
La
banda sonora que es completamente espectacular, acompaña como un latido
constante y como un reloj que no deja de sonar, recordándonos que el tiempo y
el destino se están agotando. La mezcla entre lo clásico del tema original y
las nuevas variantes orquestales le da una potencia emocional que pocos soundtracks
modernos alcanzan porque la música no subraya, interpreta y nos prepara para
caer y levantarnos con fuerza.
Visualmente,
la película es un espectáculo digno de pantalla IMAX gracias a que las
localizaciones (desde ciudades europeas hasta paisajes naturales imposibles)
son tratadas con una elegancia visual que bordea lo poético, en donde la
iluminación, especialmente en los momentos más íntimos dota de gravedad cada
palabra ya que no hay nada desechable aquí porque todo tiene un propósito
narrativo y estético.
Y
en medio de toda esta épica técnica y emocional hay una sensibilidad que
sorprende, hay humanidad, dolor y despedidas que no se dicen pero se sienten porque
Sentencia Final no solo cierra arcos narrativos, cierra heridas. Es un
largometraje que se atreve a hablar de la vejez, del sacrificio, del miedo a
quedar obsoleto, temas que Tom Cruise abraza con valentía como si nos estuviera
diciendo que el cine puede evolucionar pero que nunca debe olvidar su alma.
En
definitiva, Misión Imposible: Sentencia Final es una carta de amor al riesgo, a
la ética del esfuerzo y al cine como acto físico y emocional, una sinfonía de
caos coreografiado donde cada explosión tiene sentido, cada caída tiene alma y
cada decisión pesa como una última voluntad, en donde también es el reflejo de
un protagonista que ya no corre solo por salvar al mundo, sino por sostener con
cada paso una forma de hacer cine que resiste a desaparecer.
Tom
Cruise en todos los sentidos se consagra como el último gran mito de acción y
el rostro eterno de un cine que aún cree en la verdad detrás de cada toma
porque no necesita superpoderes, solo convicción, no necesita un universo expandido,
solo una misión clara y con ella nos recuerda que lo imposible sigue siendo lo
más cinematográfico de todo.
Sentencia
Final es el salto sin red, la carrera sin final, el clímax emocional de una
epopeya construida a base de sudor, visión y valentía, una obra cinematográfica
que se graba en la historia del cine como una misión cumplida con excelencia,
estilo y corazón porque cuando todo lo demás parece artificial, esto es cine.
¿Es
el final? Tal vez pero si Tom Cruise siente que aún queda pólvora en el alma de
Ethan Hunt, que el horizonte no está del todo conquistado y que hay una última
misión esperando en la sombra, entonces que vuelva y lo haga con todo el
vértigo, elegancia y locura que solo él puede ofrecer porque si alguien merece
escribir las reglas del clímax eterno, es el hombre que desafió la gravedad
para sostener el cine con sus propias manos.
Calificación: 10/10
Comentarios
Publicar un comentario