
The
Stand de Stephen King es una obra que se atraviesa, respira con fiebre,
arrastra con dolor y enfrenta con la misma mezcla de temor y asombro con la que
uno observa una tormenta rasgar el horizonte. Es el libro más vasto, espiritual
y profundamente humano que Stephen King haya escrito y aunque el autor se ha
movido entre mil géneros, aquí entrega una especie de testamento literario
sobre el alma humana puesta al límite.
Porque
The Stand no habla solo de una pandemia ni de un villano carismático, habla del
eco que queda cuando el mundo se calla, de las grietas en el alma cuando se
rompen todas las estructuras, del valor de elegir entre la luz y la oscuridad
cuando ya no hay nadie mirando y sobretodo, de la fe pero no en un dios, sino
en las personas, en las segundas oportunidades y en el bien que persiste
incluso en los rincones más oscuros de la Tierra.
Con
más de mil páginas y una construcción coral de personajes, esta novela no busca
respuestas fáciles ni atajos narrativos ya que su propósito es invitar al
lector a ser parte de una épica moral disfrazada de horror, a tomar posición
ante dilemas profundamente humanos y a observar cómo en medio de las cenizas,
florecen tanto los monstruos como los milagros.
En
The Stand, Stephen King levanta su relato más bíblico, más shakesperiano y más
humano al ofrecer una novela que fluye por géneros y emociones, que golpea con
fuerza y acaricia con esperanza porque cuando todo se derrumba, la gran pregunta
no es quién sobrevive, sino qué queda en pie de nosotros.
La
premisa del libro se centra en un virus gripal diseñado por el gobierno de
Estados Unidos que se escapa de control y acaba con el 99% de la población
mundial, provocando que queden no son escombros o cadáveres, sino almas en
busca de dirección y en medio de ese vacío surgen dos polos, el de la bondad,
representado por una anciana profeta llamada Madre Abigail y el del caos,
liderado por Randall Flagg, una figura oscura que encarna la corrupción
absoluta, los sobrevivientes, dispersos y rotos son atraídos por estos dos
polos formando comunidades que terminarán enfrentándose en una guerra sin fin.
Sinceramente
Stephen King escribió The Stand como una especie de microcosmos del alma
americana, aunque terminó tocando algo mucho más universal ya que esta no es
solo una historia de buenos contra malos ni una distopía sobre enfermedades
letales o sociedades al borde del colapso. Es por encima de toda una parábola
contemporánea, un ensayo novelado sobre el miedo, la libertad, la fe y la
reconstrucción moral después del fin.
El
horror aquí no viene de criaturas sobrenaturales ni de la pandemia misma
(aunque la descripción del virus es escalofriante por su cercanía con la
realidad), surge al observar con claridad cómo reacciona el ser humano cuando
todo lo que lo contenía como leyes, gobiernos, religión o costumbres ha
desaparecido, haciendo que surjan ciertas cuestiones como, ¿qué nos queda? ¿qué
tan rápido se derrumba la civilización y qué tan profundo puede caer el
individuo?
King
responde con una honestidad feroz porque no todos los sobrevivientes son
redentores, algunos se quiebran, otros se corrompen otros eligen el camino oscuro no por maldad
sino por comodidad. Harold Lauder por ejemplo, es uno de los personajes más
trágicamente humanos que ha escrito, ya que es un adolescente brillante,
resentido y solitario que podría haber sido salvado si alguien lo hubiese
visto, en donde su caída es el reflejo de una sociedad que ignora hasta que es
demasiado tarde.
Por
otro lado, hay personajes que no deberían haber sobrevivido pero lo hacen,
crecen y se transforman, Larry Underwood por ejemplo, inicia como un músico
arrogante que apenas puede mirarse al espejo pero la destrucción del mundo le
da algo que nunca tuvo, perspectiva. Su viaje es uno de los más conmovedores de
la novela porque es íntimo, torpe y profundamente humano ya que Larry no se
vuelve un salvador de masas pero se convierte en un buen hombre y eso en el
contexto del apocalipsis, ya es una victoria monumental.
La
forma en la que King entreteje estas vidas y cómo cada una resuena con la otra
recuerda al estilo de Dickens pero con una crudeza y una oscuridad que solo
King podría manejar, además, el ritmo de la novela que a veces puede sentirse
lento o incluso excesivo, es parte del hechizo ya que estamos ante un lento
resurgir del alma humana desde las cenizas gracias a que cada capítulo añade
una pieza al mural y cuando finalmente se aleja la cámara y se ve el conjunto,
uno comprende que todo estaba destinado a estar allí.
La
figura de Randall Flagg merece una mención aparte porque este ser ambiguo y
mutante que parece existir fuera del tiempo, es uno de los villanos más
potentes y enigmáticos del universo King. No es solo el mal en sí, es el mal
disfrazado de orden que promete estructura, poder y dirección. Seduce con
respuestas rápidas y castigos ejemplares pero su reino es el del miedo,
silencio y control a través del terror. Es el eco oscuro de dictadores, tiranos
y mesías falsos y lo más inquietante es que muchos personajes lo siguen
voluntariamente porque a veces el miedo a lo incierto pesa más que el deseo de
libertad.
En
contraste, Madre Abigail representa la fe pura pero no la fe ciega o dogmática,
ya que ella no tiene respuestas fáciles, no impone ni castiga. Simplemente
ofrece un camino al elegir confiar en los demás cuando todo apunta a lo
contrario. Es la encarnación de la resistencia pacífica y de la fe que se
propone, además, su debilidad física contrasta con la fuerza moral que la envuelve
y su figura es tan poderosa que ilumina incluso los rincones más oscuros de la
historia.
Y
mientras ambos polos se forman, The Stand va mutando porque lo que empezó como
una historia de ciencia ficción, se convierte en una epopeya moral y lo que
parecía una simple lucha entre dos bandos, se transforma en una compleja
coreografía de decisiones, dudas, lealtades y sacrificios. Ante esto, el lector
se convierte en juez, testigo y parte del dilema porque en el fondo, todos
llevamos dentro un poco de Flagg y un poco de Abigail.
King
escribe con un tono majestuoso, sin perder nunca la voz cercana que lo
caracteriza ya que sabe cuándo ser lírico y cuándo ser brutal, sabe cómo
convertir un apocalipsis en una experiencia casi religiosa sin sonar pretencioso.
En The Stand, su pluma es punzante pero también compasiva ya que nos enfrenta
al fin del mundo con preguntas como ¿qué tipo de sociedad merecemos? ¿qué
precio estamos dispuestos a pagar por reconstruirla? ¿qué estamos dispuestos a
perdonar o a sacrificar en nombre del bien común?
El
desenlace es además profundamente simbólico ya que no se trata de quién gana la
guerra, sino de qué se aprende del conflicto porque The Stand no nos enseña cómo
sobrevivir al fin del mundo, nos enseña a empezar de nuevo, a como reconstruirse
desde la pérdida y entender que el verdadero enemigo es el odio, el miedo y la
indiferencia.
En
definitiva, The Stand es una historia sobre el comienzo de algo más profundo,
la reconstrucción del espíritu humano en su forma más vulnerable y pura en
donde Stephen King entrega una novela un espejo de gran formato donde se
reflejan nuestros temores colectivos, nuestras contradicciones más íntimas y
sobre todo, nuestra capacidad inagotable de resistir.
A
través de sus páginas lo que parecía ser una épica de horror se transforma en
un himno a la fragilidad, a la fe y al valor de elegir una y otra vez el camino
más difícil, el de la compasión, la redención y la memoria. Es un relato que
arde lentamente como un fósforo en la oscuridad pero cuya luz permanece mucho
después de pasar la última página porque The Stand se queda dentro, haciendo
eco y te cambia un poco como si después de leerlo supieras con certeza que el
verdadero fin del mundo es la pérdida de aquello que nos hace humanos.
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