
Desde
Avengers: Endgame, el MCU ha navegado por aguas turbulentas como un vasto
rompecabezas cuyas piezas en lugar de encajar, se desmoronaban ya que las
historias se alargaban sin un propósito claro, los personajes flotaban en el
aire y la sensación de que el alma del universo se había diluido en la búsqueda
interminable de expansión era inconfundible.
Pero
en medio de todo este caos, a lo largo de estos años surgen filmes como
Spiderman: No Way Home, Doctor Strange: In The Multiverse of Madness,
Guardianes de la Galaxia Vol 3, Deadpool & Wolverine y actualmente Thunderbolts,
una película que no busca volver al pasado ni al estatus quo ya que no grita ni
se impone, simplemente susurra.
En
lugar de depender de una amenaza global o de heroísmo desmesurado, esta cinta
se enfoca en lo que verdaderamente sostiene el mundo, las grietas de quienes
tienen la responsabilidad de salvarlo. Aquí no hay un regreso a los días de
gloria, sino una reconfiguración que apuesta por lo íntimo, sincero y humano ya
que Thunderbolts no pretende ser épica en términos de magnitud, sino en cuanto
a las emociones que maneja, las cualidades humanas que explora y los conflictos
internos de sus personajes.
En
este espacio emocional y despojado de pretensiones, la película brilla con una
luz distinta, más cálida y menos forzada porque en un Universo Cinematográfico
de Marvel que ha sido marcado por la saturación de universos paralelos y
personajes multidimensionales, Thunderbolts se atreve a mirar hacia adentro, a
desenterrar las cicatrices de aquellos que al final del día, no tienen más misión
que intentar sobrevivir a las consecuencias de lo que ya han vivido.
En
Thunderbolts, la historia se centra en que la brillante y manipuladora Condesa
Valentina Allegra de Fontaine (Julia Louis Dreyfus), lidera un grupo de individuos
tan complejos como oscuros, los cuales cargan con un pasado sombrío, habilidades
que desafían lo imposible y al ser reclutados para llevar a cabo misiones
secretas que podrían cambiar el curso de la historia, pronto descubrirán que
los enemigos más peligrosos no son los que enfrentan en el campo de batalla,
sino los fantasmas internos que arrastran desde hace años.
A
medida que estos "antihéroes" navegan por las profundidades de sus
propios traumas, el equipo no solo busca cumplir con sus misiones, sino también
encontrar una forma de redimirse, haciendo que la a película explore la lucha
por la identidad, el precio de la venganza, las cicatrices invisibles que nos
definen y lejos de ser una simple historia de superhéroes, Thunderbolts ofrece
una mirada más profunda a la naturaleza humana, desafiando la típica narrativa
de "bien contra mal" y mostrando que la verdadera batalla está dentro
de uno mismo.
Lo
que Thunderbolts propone es una especie de examen de conciencia dentro de un
universo que ha perdido su brújula moral ya que en un UCM que ha estado más
preocupado por expandirse que por profundizar, esta entrega parece susurrar
algo que se había olvidado entre tantos multiversos, osea, el de que los
personajes importan más que el espectáculo y en ese silencio, la película encuentra
su voz.
Hay
una madurez narrativa poco usual para los estándares actuales del género porque
la historia no se detiene en justificar la existencia del grupo como un “nuevo
equipo” ni se esfuerza en complacer con escenas “épicas” que buscan solo
alimentar el algoritmo de redes sociales. Aquí no hay cameos sorpresa ni
villanos con discursos largos ni portales abiertos al caos, lo que hay es desgaste
emocional, heridas abiertas y una necesidad urgente de reconstrucción, ya que lo
que importa no es el quién, sino el por qué.
Thunderbolts
logra convertir la desesperanza en una herramienta de construcción gracias a
que cada personaje llega a este punto con una mochila invisible que pesa más
que cualquier escudo o traje y lo más interesante es cómo la película se atreve
a no aligerar esa carga. En vez de ofrecer redenciones instantáneas o momentos
de gloria heroica, los confronta con su vacío y la pregunta más difícil que
puede enfrentar alguien en el universo Marvel, ¿qué hago cuando ya no hay
misión que cumplir?

Y
es ahí donde brilla el trabajo de guion, dirección y actuaciones porque vemos
cómo se enfrentan a sus propios fragmentos, la película no busca hacernos
empatizar desde la compasión, sino desde la comprensión, Bucky, por ejemplo, no
está aquí para “limpiar su pasado”, sino para enfrentarlo con las manos
temblando. Yelena no necesita ser una nueva Black Widow, necesita entender
quién es sin la sombra de una hermana que fue mito antes de ser mártir en donde
cada conflicto es íntimo y cada diálogo carga con cicatrices.
El
drama no se construye en función de explosiones, sino en función de decisiones
ya que aquí, una traición duele más que una bala, una disculpa no dicha pesa
más que una pelea y en eso, el largometraje consigue lo que muchas otras no han
logrado, dar dimensión humana a figuras que usualmente se ven más grandes que
la vida porque la humanidad además de estar en sus poderes, está en sus fallos.
Además,
hay una lectura política y ética que se asoma con sutileza, la cual es, ¿qué
significa obedecer órdenes cuando el sistema te falló? ¿cuánto de lo que
hiciste bajo una bandera justifica el dolor que causaste? La inclusión del
gobierno como fuerza articuladora detrás del equipo es un recordatorio de que
muchas veces los peores errores se cometen con buenas intenciones y bajo una
estructura de poder que ya no merece confianza, la cinta no te da todas las
respuestas pero sí deja muy claro que no es tan fácil ser el bueno cuando
fuiste usado como herramienta de otro.

Las
secuencias de acción son ágiles y emocionantes pero no dependen únicamente de
la espectacularidad de las explosiones o las peleas desmesuradas porque en
lugar de eso, la película opta por un enfoque más táctico y centrado en los
personajes, ofreciendo escenas de combate bien coreografiadas con momentos que
destacan por su fluidez y precisión, haciendo que la acción sea una extensión
natural de los conflictos internos de los personajes.
Y
en cuanto a lo visual, incluso sin recurrir al espectáculo desbordado,
Thunderbolts luce maravillosamente sobria y elegante, la fotografía no embellece
lo roto, lo muestra y eso es poderoso ya que no hay filtros de esperanza
forzada, hay sombras, tonos metálicos, encuadres cerrados que asfixian cuando
los personajes están atrapados en sus pensamientos y todo eso está al servicio
de lo emocional porque nada es gratuito.
El
montaje es efectivo, equilibrando bien las transiciones entre la acción y los
momentos más íntimos, aunque el ritmo es ágil y nunca deja que la película se
estanque, también permite que los momentos de introspección se respiren lo
suficiente como para que los personajes se desarrollen plenamente, haciendo que
su uso de espacio para que las emociones profundas de los personajes se
manifiesten de manera orgánica.
En
cuanto al diseño de producción, brilla por su enfoque en crear un mundo
visualmente inmersivo pero a la vez realista porque los escenarios que varían
desde instalaciones secretas hasta paisajes urbanos, están diseñados para
reflejar la naturaleza clandestina y desordenada del mundo en el que operan
estos antihéroes
La
música acompaña sin saturar porque sabe cuándo callar y en eso se lo agradece
cada silencio tenso, cada respiración contenida antes de un enfrentamiento
verbal gracias a que aquí, los enfrentamientos son más internos que externos, son
choques de culpa, choques de identidades y choques de formas de sobrevivir a lo
que ya pasó.
Sin
olvidar las actuaciones que cumplen sólidamente pero las de Florence Pugh y
Lewis Pullman son las más destacadas de la película, Pugh como Yelena Belova
sigue demostrando su increíble versatilidad, equilibrando a la perfección la
vulnerabilidad y la fuerza de su personaje gracias a que su capacidad para
transmitir emociones crudas tanto en momentos de comedia como de drama, hace
que Yelena sea uno de los personajes más humanos y complejos de la cinta.
Por
otro lado, Lewis Pullman ofrece una interpretación sorprendente como Sentry,
transformando lo que podría haber sido un papel predecible en una interpretación
cargada de matices y con una actuación sutil, Pullman profundiza en las luchas
internas de su personaje, haciendo que el espectador se cuestione su propia
moralidad en los rincones más oscuros de la ansiedad y depresion
En
definitiva, Thunderbolts es una mirada cruda y honesta a lo que sucede cuando
los héroes no tienen más mundo que salvar pero sí una identidad rota que
reconstruir ya que esta no es una premisa de victorias rimbombantes ni de
batallas que marcan la diferencia global, es una historia de luchas personales,
de personajes que más que pelear contra el mal, se enfrentan a las sombras de
sí mismos en un thriller de espionaje bien hecho que fácilmente es disfrutable para todo aquel que quiera conocer un poco mas sobre estos renegados.
La
película toma lo que otros podrían considerar fallos y los convierte en fuerza
ya que nos invita a mirar más allá de los trajes, los poderes sobrehumanos y a
enfocarnos en lo que realmente define a un individuo, ósea, sus cicatrices, errores,
deseos de redención, haciendo que Thunderbolts nos rete a confrontar las imperfecciones
de los personajes y por extensión, las nuestras, siendo así
un recordatorio de que las historias más épicas no siempre están llenas de
destellos y explosiones, sino de momentos en los que al final del día nos damos
cuenta de que las batallas más importantes se libran en lo más profundo del alma
humana.
Calificación: 8/10
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