Ballerina: Un disparo elegantísimo al corazón del universo de John Wick

Entre las sombras del Continental, los ecos de pasos suaves sobre madera y el fuego cruzado de un mundo donde la vida y la muerte se negocian con monedas doradas, Ballerina encuentra su lugar como un relato solido con alma propia. Es fácil subestimar una película que llega con el rótulo de “spin-off”, sobre todo en una franquicia tan marcada por una figura central como John Wick pero lo que logra esta cinta es darle continuidad al legado sin repetir sus patrones, expandiendo las reglas del juego sin traicionar la esencia y lo hace a través de una figura nueva, feroz y fascinante llamada Eve Macarro.

Lo asombroso no es solo cómo Ballerina se mueve dentro del universo de John Wick, sino cómo lo subvierte desde dentro como un cisne que irrumpe en un campo de guerra con la gracia de quien ha aprendido a sobrevivir entre cristales rotos. Este personaje femenino no toma el relevo con la intención de seguir el compás, sino de redibujar la partitura con un tono más melancólico, visceral, bello y desgarrador. La película talla su identidad con cuchillas, tutús y cicatrices, convirtiendo cada escena en un cuadro vivo donde la muerte se convierte en arte y el dolor en impulso.

La historia se centra en Eve Macarro (Ana de Armas), una joven que no es una asesina común ya que su infancia fue marcada por el rigor y su adolescencia por la oscuridad del crimen. Criada por la Ruska Roma, la misma organización que moldeó a John Wick, Eve ha vivido entre la elegancia de la disciplina artística y la violencia de un mundo donde la vida siempre vale menos que la lealtad pero tras el asesinato de su padre, su mundo se desploma y lo que queda es una mujer entrenada para resistir, ejecutar y vengarse.

En su camino hacia la justicia, Eve se cruzara con rostros familiares, desde Winston (Ian McShane), el silencioso y calculador regente del Continental hasta el Caronte de Lance Reddick, aún digno y firme como en sus mejores días, sin olvidar por supuesto a un John Wick que aparece brevemente como una sombra que aprueba con la mirada lo que ella representa, el siguiente eslabón de una cadena letal que no que se transforma.

Desde el primer minuto, el filme respira una atmósfera de fatalismo elegante ya que el pasado se arrastra como un espectro detrás de Eve al ser una mujer moldeada por la pérdida y endurecida por un entrenamiento que mezcla la belleza de la danza clásica con la precisión quirúrgica del asesinato, además, siendo criada en el mismo nido donde John Wick fue moldeado, Eve representa una forma de guerra que danza y avanza con silenciosa determinación hasta que es demasiado tarde para detenerla.

La historia no cae en lo obvio porque no se trata simplemente de una mujer vengando a un ser querido, ósea, hay dolor y sed de justicia pero lo que impulsa a Eve es su necesidad existencial de encontrar sentido en un mundo que le enseñó a sobrevivir pero nunca a sanar. A medida que se adentra en los rincones más oscuros de este universo va tejiendo su propio nombre entre las leyendas del inframundo sin alzar la voz y sin necesitar discursos épicos gracias a que cada mirada, herida que carga y paso medido en sus combates, hablan de una mujer que busca propósito.

Ana de Armas sin duda alguna se entrega al papel con una intensidad contenida que hipnotiza, no interpreta a una heroína ni a una antiheroína, sino a una sobreviviente en proceso de convertirse en símbolo de acción, además, su entrenamiento físico es admirable pero lo que realmente impacta es la forma en que carga cada escena con una mezcla de fragilidad y amenaza porque su rol es una figura trágica que no pide compasión pero cuya humanidad es imposible de ignorar, incluso en sus momentos más violentos.

Posteriormente, la dirección de Len Wiseman abraza esa dualidad porque la violencia aquí no es solo espectáculo, es forma y fondo gracias a que cada secuencia de acción está pensada como una coreografía y no solo en términos técnicos, sino emocionales. No hay movimientos innecesarios ni ruido gratuito ya que cada disparo, cuchillada y caída tiene peso, logrando que todas las escenas sean una maravilla violenta, sangrienta, visceral y sin límites.

Ese equilibrio se refuerza por una fotografía exquisita, que baña cada escena en una mezcla de decadencia estilizada y melancolía visual, haciendo que los encuadres sean tan precisos como un compás de ballet y la iluminación, con su contraste entre luces de neón, sombras densas y reflejos pulidos, convierta cada rincón en un cuadro cargado de significado. La cámara no solo registra la acción, la convierte en poesía oscura junto a planos que parecen cincelados para narrar sin palabras, potenciando tanto la crudeza como la elegancia.

El montaje, por su parte, juega un papel clave en el ritmo narrativo ya que hay pausas que respiran tensión y cortes precisos que disparan el vértigo sin caer en la saturación. El equilibrio entre el silencio y el estallido, entre la contemplación y el impacto se siente milimétricamente calculado gracias a que la película nunca abusa del vértigo ni del caos, todo fluye con una cadencia que honra tanto al thriller como al drama emocional, logrando que la edición se convierta en una extensión del alma de Eve, contenida, letal, precisa.

El diseño de producción mantiene viva la estética tan distintiva del universo Wick pero lo hace con variaciones sutiles que lo alejan de la repetición, consiguiendo un aire más íntimo y ceremonial. La Ruska Roma adquiere una presencia visual más desarrollada, casi mítica, haciendo que los lugares por los que se mueve Eve (teatros abandonados, salones lúgubres o sótanos que rezuman historia), sean fragmentos de identidad y espejos de su transformación interna, aquí el vestuario, los objetos rituales o el mobiliario marcado por el paso de antiguos códigos está muy buen realizado

Y todo esto se ve envuelto por una banda sonora que actúa como la voz silenciosa de la protagonista porque no hay estridencias ni melodías grandilocuentes, simplemente la música avanza como un susurro fúnebre, un acompañamiento que tiñe de lirismo la violencia y de amenaza la calma. Las piezas compuestas por Marco Beltrami aportan elegancia, melancolía y tensión en dosis justas ya que las notas parecen bailar al mismo ritmo que los movimientos de Eve, reforzando la fusión perfecta entre ballet y combate.

Incluso hay belleza en la brutalidad ya que los escenarios de la película respiran historia, desde los callejones húmedos iluminados por neón, salones de entrenamiento que parecen templos secretos hasta los refugios marcados por la muerte donde las reglas siguen siendo más fuertes que las emociones, son todo un manjar cinematográfico y aunque es un mundo que ya conocemos, lo vemos desde otro ángulo como si se revelaran rincones ocultos bajo la misma estructura de hierro y ritual.

El guion finalmente es el alma que articula todo porque más allá de la acción, hay una construcción emocional sólida, precisa, los diálogos son afilados pero escasos porque esta es una película que entiende el poder del silencio, la narrativa avanza con ritmo propio, sin prisas, permitiendo que cada decisión pese, cada encuentro tenga tensión y cada fragmento del pasado que se revela construya una figura más compleja.

Eve Macarro no quiere ser otra John Wick ni la película lo pretende porque lo que hace el escrito con inteligencia es tomar los cimientos de esa mitología para explorar otro tipo de historia, una donde la identidad femenina no está subordinada ni sexualizada, sino construida desde el conflicto interno y la determinación.

Ahora, un punto negativo que tiene el largometraje es que el villano principal pese a tener una función clara y necesaria, queda por debajo del resto del conjunto ya que falta magnetismo y un rostro que realmente represente una amenaza memorable pero afortunadamente, la película no se construye sobre ese enfrentamiento como eje absoluto, sino sobre el proceso interno de Eve, por ende, ese punto débil solo le resta una chispita a una experiencia que en lo demás es bien intensa y pulida.

Las apariciones de personajes conocidos como Winston o el enigmático Charon no se sienten como guiños forzados, sino como parte de una red que une todo con elegancia, incluso la breve presencia de John Wick, la cual es una de las mejores cosas que tiene el filme al ser fan service del bueno que ningún fan de la saga querrá pasar por alto, no roba protagonismo gracias a que aporta legitimidad al nuevo rostro que se alza, dando a entender que Ballerina camina a lado de John Wick pero por otro sendero.

En definitiva, Ballerina se levanta como una obra letal que transforma la violencia en una danza y la venganza en una declaración estética al ser la fusión de dos mundos donde la elegancia del ballet y la crudeza del asesinato se entrelazan con una armonía tan letal como hipnótica. Eve Macarro no pisa el terreno de Wick para imitarlo, sino para desafiarlo desde la sutileza y la precisión como si cada paso que da fuera una nota escrita en sangre. Al final es un disparo entre los ojos del cliché, un salto mortal desde la cima del género y una prueba de que en este universo incluso el dolor puede bailar.

 
 
 
 
 
 
Calificación: 8.5/10 

Comentarios