Jurassic World: Rebirth – El cumplidor regreso de los dinosaurios que deslumbran en pantalla pero que naufragan en su historia

Desde que Jurassic Park irrumpió en la pantalla grande en 1993, la saga se ha convertido en un fenómeno cultural que ha atrapado a varias generaciones con su mezcla única de ciencia ficción, aventura y terror prehistórico, en donde cada nueva entrega ha experimentado ciertos altibajos creativos, oscilando entre la nostalgia reverente y la ambición por reinventarse. Dicho esto, Jurassic World: Rebirth llega en un momento crucial donde los fans y críticos una cinta que retomara el pulso original pero con una mirada fresca.

Bajo la batuta de Gareth Edwards, un director conocido por su capacidad para equilibrar espectáculo y emoción gracias a aquellos filmes que nos ofrecio a través de este tiempo como Godzilla, Star Wars: Rogue One, Reminiscencia y Havoc, Jurassic World: Rebirth prometía ser la mezcla perfecta entre lo viejo y lo nuevo, sin embargo, la película transita ese delgado hilo entre rendir homenaje a sus raíces y caer en la trampa de la repetición previsible.

Esta entrega despliega un escenario visual imponente con efectos y criaturas que hacen honor a la grandeza de la saga pero más allá del despliegue técnico, la historia que presenta se siente como una secuencia de piezas conocidas que encajan sin sorpresa ni innovación real y en ese sentido, Rebirth es un ejemplo fascinante de cómo una película puede rugir con fuerza en lo visual y a la vez quedarse corta en contar una trema que resuene.

En este nuevo capítulo de la saga, la premisa se ambienta cinco años después del caos desatado en Jurassic World: Dominion, en donde los dinosaurios ya no son una amenaza global, sino una anomalía aislada en zonas remotas y con base en ello, una poderosa farmacéutica sedienta de ADN prehistórico, lanza una misión encubierta para recolectar muestras de las especies más formidables bajo el liderazgo de Zora Bennett (Scarlett Johansson) y un equipo científico para llevar a cabo una simple extracción genética.

Pero cuando una tormenta los arroja a una isla no registrada en la zona de Barbados, una especie de purgatorio jurásico plagado de especies mutantes, deformadas y peligros olvidados hacen que la misión científica se convierta en una lucha desesperada por la supervivencia, en donde la llegada accidental de una familia civil al desastre complica aún más las cosas, provocando que la isla, también tenga antecedentes corporativos.

Sin duda alguna, el gran obstáculo que impide que Jurassic World: Rebirth trascienda de lo meramente entretenido hacia lo realmente significativo es su guion, sabemos muy bien que en esta saga los humanos suelen ser un tema intrascendente pero cuando tienes a David Koepp, el tipo que trazó perfectamente la tensión primigenia del primer Jurassic Park con precisión espectacular, aquí entrega una premisa que funciona en lo superficial pero fracasa en lo estructural y emocional.

La premisa, si bien prometedora, se reduce rápidamente a una estructura conocida ya que ofrece un equipo con secretos, corporación codiciosa, civiles inocentes atrapados, isla misteriosa y monstruos fuera de control. No hay verdaderas sorpresas ni grandes giros argumentales que alteren la lógica del relato en esta secuela puesto que el camino es recto, visible desde lejos y sin divergencias.

Cada personaje representa un arquetipo ya que tiene a la heroína endurecida que busca redención, al científico brillante pero ingenuo que busca hacer el bien, al ejecutivo ambicioso y frío, a la familia vulnerable que sirve como ancla moral y aunque el elenco logra darles cierta vida, el escrito no les otorga suficiente profundidad como para convertirlos en personajes memorables porque sus conflictos internos no evolucionan y sus decisiones muchas veces se sienten guiadas por la necesidad del guion.

En cuanto al desarrollo temático, Jurassic World: Rebirth coquetea con ideas potentes como la bioética, la manipulación genética y la mercantilización de la vida pero no se atreve a morderlas. Hay diálogos que insinúan preguntas filosóficas importantes pero ninguna se desarrolla con el peso necesario, provocando que todo se sienta encapsulado dentro de la urgencia del espectáculo como si el guion tuviera miedo de detenerse a pensar demasiado por temor a aburrir al espectador.

Incluso en su ritmo, el guion se traiciona a sí mismo porque introduce conceptos que jamás vuelve a retomar, personajes secundarios que desaparecen por lo fácil o subtramas que prometen impacto y acaban diluyéndose. El clímax, por ejemplo, se construye con intensidad técnica pero no con una acumulación emocional real ya que la tensión está en los efectos, no en el destino de los personajes.

Hay guiños al pasado, sí, ya que algunas líneas, situaciones y criaturas recuerdan a la trilogía original pero incluso en esos homenajes, las cosas se sienten insertadas como amuletos y no como extensiones naturales del universo, no hay evolución ni reinterpretación, sino referencias que buscan aprobación más que aportar peso narrativo.

En este aspecto, la película es funcional en su forma pero sin alma auténtica porque hace lo justo para avanzar, entretener y rugir en pantalla pero no tiene ni la ambición ni el coraje de llevar a la franquicia hacia un nuevo territorio narrativo. Es el tipo de panfelto que parece haber sido diseñado en laboratorio, optimizado para agradar a todos pero incapaz de conmover de verdad a alguien.

Ahora, si hay algo que reconocerle a Jurassic World: Rebirth es que sus elementos cinematográficos están a la altura de las más grandes superproducciones de la actualidad ya que visualmente, es una experiencia cinematográfica imponente con Gareth Edwards sacando máximo provecho de su sensibilidad visual y del uso de locaciones naturales que sustituyen con credibilidad a una isla salvaje, primitiva y hermosa en la que nadie querría estar atrapado.

Luego, la fotografía captura tanto la majestuosidad de los paisajes como el peligro latente que emana de cada rincón de la jungla gracias a que la luz natural, baña cada escena con una textura orgánica y cuando cae la noche, el filme se convierte en una jungla oscura, casi mitológica donde cada sombra puede esconder un depredador. La cámara se mueve con agilidad pero sin perder la noción del espacio, algo fundamental en las películas de acción y supervivencia.

Posteriormente, el diseño de producción es sobresaliente, desde las instalaciones científicas semienterradas y oxidadas hasta los restos de laboratorios abandonados plagados de esporas y vegetación invadiéndolo todo, cada rincón de la isla grita que algo salió mal ahí hace tiempo, además, los detalles ambientales como las lanchas, estructuras improvisadas, jaulas reventadas y huellas gigantes en el lodo, construyen un escenario creíble donde el pasado tecnológico colisiona con una naturaleza desbocada.

También, las secuencias de acción están coreografiadas con un ritmo calculado que evita el caos excesivo ya que aquí, Edwards no busca abrumar con explosiones interminables, sino generar tensión progresiva porque hay persecuciones en la selva, pantanos con velociraptores que recuerdan al suspense de Aliens, ataques en lancha donde el Mosasaurio emerge como una sombra monstruosa y enfrentamientos cuerpo a cuerpo contra el Distortus Rex que se sienten viscerales, desesperados y humanos, haciendo que cada escena de acción tenga un principio, clímax y resolución clara.

El montaje equilibra lo espectacular con lo íntimo porque sabe cuándo cortar a tiempo para provocar el sobresalto y cuándo sostener una toma para generar incomodidad o asombro, de hecho, en los momentos de mayor tensión, el ritmo se ralentiza con precisión, dejando que el silencio o un rugido lejano en la selva aumente la ansiedad y cuando la adrenalina explota, el montaje acelera sin perder claridad gracias a que no hay confusión visual, sino una edición que respeta tanto al espectador como a la acción que se desarrolla.

Finalmente, el trabajo con animatrónicos merece mención especial puesto que ver criaturas físicas interactuar con actores reales añade un peso tangible a las escenas, en donde la piel del Trex mutado, las plumas del Quetzalcoatlus o el reflejo de la pupila del Dilophosaurus, estén diseñados para impresionar por escala y realismo, el cual combinado con CGI de primer nivel, el resultado sea una galería de criaturas que se sienten vivas.

En definitiva, Jurassic World: Rebirth es como una postal jurásica bellamente ilustrada pero con un mensaje vacío al reverso, tiene todos los elementos para impresionar a simple vista, un empaque visual deslumbrante, escenarios imponentes, criaturas majestuosas y un ritmo que no decae, volviéndolo un blockbuster competente y visualmente poderoso, sin embargo, debajo de ese brillo técnico, se esconde una historia que no arriesga, no evoluciona ni propone nada realmente nuevo, siendo el claro ejemplo de cómo una saga puede seguir viva en lo superficial pero estar narrativamente estancada.

Al final es una película hecha para el espectador que busca emociones rápidas, rugidos potentes y persecuciones trepidantes en la selva, en donde para los fanáticos de la saga, es una experiencia digna en términos de espectáculo con varios guiños y criaturas nuevas que alimentan la nostalgia, aunque, aquellos que esperaban una historia innovadora o emocionalmente compleja, encontrarán aquí más de lo mismo.

Lo más frustrante es que Jurassic World: Rebirth tenía los elementos para ser mucho más ya que tenía un muy buen director, un elenco potente, un guionista con historia dentro de la franquicia pero la falta de riesgo, de evolución real y de una voz narrativa distinta hacen que esta entrega se sienta más como una reconfiguración mecánica que como un verdadero renacer.


 

 

 

Calificación: 7/10 

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