La Noche Siempre Llega: Un thriller que prende pero no enciende del todo

La Noche Siempre Llega surge con una premisa electrizante y sobre el papel que parecía destinada a convertirse en un thriller urbano demoledor y de esos que encienden la pantalla con fuerza para dejar huella, todo apuntaba a un viaje de alto voltaje, cargado de tensión y con un trasfondo social poderoso, sin embargo, lo que finalmente Netflix nos entrega con esta producción es una experiencia tensa pero no incendiaria.

Funciona como un motor que arranca con fuerza pero nunca pisa a fondo el acelerador, quedándose en un terreno cómodo que entretiene sin arriesgar demasiado, siendo de esa manera una película que se disfruta en el momento, ideal para botanear y dejarse llevar por la atmósfera pero que al terminar no logra saciar el hambre de un thriller verdaderamente inolvidable, además de que le falto gasolina para al menos ser memorable.

Basada en la novela de Willy Vlautin, la historia de la cinta sigue a Lynette (Vanessa Kirby), una mujer que tiene solo una noche para reunir veinticinco mil dólares y así salvar su casa familiar pero aunque su misión es simple, en la práctica se convierte en un torbellino de obstáculos con familiares problemáticos, deudas pasadas, una constante amenaza de perderlo todo y en medio de un Portland retratado con crudeza y neones, Lynette enfrenta la decisión más dura de hasta dónde está dispuesta a llegar para garantizar su futuro.

La narrativa concentra todo en el lapso de unas horas, lo que sin duda intensifica el pulso y te mantiene atrapado en una inercia de urgencia constante; sin embargo, esa misma decisión también acota la posibilidad de explorar a fondo la complejidad de los personajes secundarios y de abrir espacio a los temas sociales que subyacen ya que apenas asoman como destellos sin llegar a desplegar todo su potencial, aunque la historia golpea con intensidad en el presente, podría haber resonado aún más.

Como experiencia de suspenso, La Noche Siempre Llega funciona ya que la tensión se mantiene, el tiempo corre y te enganchas a la incertidumbre de cada decisión que toma Lynette, además, el ritmo evita que la historia decaiga y por momentos, la puesta en escena logra transmitir esa desesperación nocturna que amenaza con tragarse a la protagonista, sin olvidar que hay escenas que consiguen elevar la emoción al máximo, recordando lo efectivo que puede ser un thriller cuando se concentra en atmósferas opresivas.

Lamentablemente, al mismo tiempo, el filme transmite la sensación de ir con el freno de mano puesto porque todo prende pero no termina de arder, haciendo que se perciba como un thriller que sabe mantener entretenido al espectador pero que nunca alcanza un nivel realmente abrasador, quedándose en un terreno intermedio que es demasiado correcto para ser un desastre pero demasiado contenido para ser memorable, volviéndose cine para pasar el rato y botanear.

Y esa es quizá la mayor debilidad, la falta de riesgo puesto que la película nunca se atreve a empujar a su protagonista ni a su historia más allá de lo convencional, ósea, la fórmula está bien ejecutada pero no sorprende, la tensión está bien dosificada pero no desgarra y el viaje atrapa pero nunca sacude, dicho esto, es una cinta para distraerse y cumplir con su cometido básico, aunque dejando la sensación de que el verdadero potencial se quedó dormido en algún rincón de la noche.

Poseriormente, el guion apuesta por la urgencia y la acción comprimida en una sola noche, dándole un aire dinámico para mantener el motor encendido pero también limita el alcance de lo que podría haber sido. La historia toca con la punta de los dedos problemáticas muy actuales como la gentrificación, la precariedad laboral y la búsqueda de estabilidad en un sistema que parece diseñado para fallar pero nunca se sumerge de lleno en ellas, son apuntes, ecos de un trasfondo social más grande pero que no alcanzan a convertirse en verdaderas reflexiones.

La dirección de Benjamin Caron aporta oficio, de hecho, el viene de la televisión de alta gama (The Crown, Andor) y eso se nota en la precisión visual y en el cuidado de la puesta en escena ya que sabe cómo vestir la tensión y convertir las calles de Portland en un laberinto opresivo. La fotografía se vuelve aliada con contrastes marcados, sombras densas y luces de neón que subrayan la artificialidad de una ciudad que nunca duerme, en donde la música imprime un pulso ansioso, reforzando esa idea de que cada minuto cuenta.

El problema es que a pesar de ese envoltorio sólido, el centro narrativo se siente más flojo de lo que debería porque la premisa se mueve pero no conmueve, hay nervios pero no catarsis, es como estar siempre en la antesala de algo más grande que nunca llega a suceder como si la obra supiera cómo construir el camino pero no cómo coronarlo. Todo avanza con un pulso sostenido pero sin alcanzar un verdadero clímax emocional o narrativo, lo que deja una sensación de vacío.

Donde la película brilla con más fuerza es en el trabajo actoral porque Vanessa Kirby carga el filme sobre sus hombros y ofrece una interpretación potente, llena de vulnerabilidad física y emocional, su interpretación es dura pero también quebradiza y en esa dualidad la hace convincente, sin olvidar que el elenco secundario cumple pero la película no les da tanto espacio como para dejar huella, siendo solamente peones y huecos que cubren espacios sin ofrecer algo destacable.

En definitiva, La Noche Siempre Llega no es un desastre ni mucho menos, es una película bien hecha con atmósfera cuidada, actuaciones sólidas y momentos de suspenso efectivos pero también un thriller que nunca se atreve a pisar el acelerador a fondo como si temiera soltar por completo el freno y dejar que la historia explotara en todo su potencial ya que lo que prometía ser un estallido eléctrico, termina siendo apenas una chispa y destello que se apaga antes de brillar del todo.





Calificación: 7/10

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